lunes, 31 de julio de 2017

Victoria (X): La fiesta de Tiara

Los primeros días de trabajo fueron un caos.
Encontrarme por primera vez en un set de rodaje real se me antojaba un sueño. No podía creerme que mi trabajo estuviera en el lugar donde se habían tomado tantas y tantas fotografías que había visto en mis libros de cine. Ver en primera persona cómo se rodaban escenas de acción (y lo ridículas que quedaban desprovistas aún de efectos especiales) o cómo eran en la realidad algunos decorados eran sólo algunas de las cosas que no dejaban de maravillarme a cada rato que pasaba allí. Eso por no hablar de la impresión brutal que causaba trabajar a sólo unos metros de Matthew Hamming, quien simulaba luchar contra los crímenes cometidos por una mafia rusa, o algo así. El típico argumento sobreexplotado con el que dormirse un domingo por la tarde, vaya. Por lo menos, el director, un tipo llamado Warren Thorne, era decente, y pude empezar desde el primer minuto a fijarme en todo lo que hacía en un intento de aprender de él.
Por su parte, Tiara Angelista se había convertido en mi jefa directa. A pesar de que su trabajo aparentemente nada tenía que ver con estar pendiente de los extras, era ella quien daba indicaciones a toda la bandada que éramos para que no nos descontrolásemos. La primera mañana, tras darnos las debidas explicaciones sobre lo que teníamos que hacer y una vez todo el mundo se puso en marcha, Tiara aprovechó un momento que pasé a su vera y me preguntó, como quien no quería la cosa:
—¿Se resolvió el problema con el inquilino?
Me volví hacia ella, completamente desconcertada.
—¿Perdona? –pregunté, sin tener del todo claro si era a mí a quien se dirigía.
Ella ni me devolvió la mirada. Caminaba a mi lado, como si coincidiera el lugar al que ambas nos dirigíamos.
—El problema que me comentaste anoche –respondió, ajustándose las gafas de sol –. ¿Averiguaste quién fue el que te levantó la chabola?
Honestamente, me costó unos segundos deducir de qué estaba hablando. Había borrado de mi memoria la patética excusa con la que me había cubierto las espaldas la noche anterior, y desde luego estaba convencida de que ella ni siquiera me había escuchado.
Debo reconocer que fue una grata sorpresa.
—Ah, sí –balbuceé rápidamente –. No, no averigüé de quién se trataba. Tendré que pasar alguna noche más por allí hasta que lo cace. No quiero denunciar hasta que no sepa quién es el pordiosero que me ha invadido.
Tiara asintió casi imperceptiblemente.
—Nos vio una paparazzi.
Empalidecí. 
Aquello era lo opuesto a que nadie conociera en dónde vivía. ¿Qué iba a hacer ahora?
—La prensa no descansa –comenté, tratando de disimular mi pavor.
—Por suerte, yo tampoco. Me aseguré de que no vendiera esas fotos. Pero no me gustaría que te relacionaran conmigo… Al menos no de momento –añadió antes de separarse de mí y regresar a su puesto.
No estaba segura de si sus palabras habían sido una especie de amenaza o simplemente una advertencia, pero poco me importaba. Era la primera que no quería ser descubierta por la prensa y, aunque en otras circunstancias habría aceptado de buena gana haber levantado el interés público, no me lo podía permitir… al menos no hasta que lograse un hogar más digno, lo que me iba a llevar bastante tiempo, de acuerdo con mi plan. Además, no era tan rastrera. Que te relacionen con otros famosos siempre es un empujoncito, pero algún día quería ser reconocida por mi trabajo, no por mis amistades.
Desde entonces, Tiara pareció tomarse muy en serio sus palabras de la noche anterior. Prácticamente no se despegaba de mi persona, aunque ponía bastante cuidado de cara a mis compañeros de trabajo en que pareciera totalmente casual y fortuito.
Adaptarme a la rutina que conllevaba mi nueva situación estaba siendo duro, pero, por suerte o desgracia, llevaba unos cuantos años acostumbrada a sobrevivir en circunstancias infrahumanas. Hice algunas compras con mis nulos ahorros que consistieron en poco más que cereales y ensalada para ir tirando, y me mentalicé en que en aquello iba a consistir mi dieta hasta que recibiera mi primera paga. Afortunadamente, en el trabajo nos daban de comer, así que, por lo menos a mediodía, podía incluir algo de variedad en mis comidas.
Tuve que hacer varias cosas en contra de mis principios que jamás pensé que me vería en la situación de hacer: tomar prestado algo de cubertería del comedor de los estudios, puesto que no disponía de más dinero para poder adquirirla por mis propios medios, y tomar prestados los baños del gimnasio local, puesto que yo no disponía de ningún tipo de saneamiento en mi infravivienda… y, si os estáis preguntando si me colaba todos los días en el gimnasio sin ser vista, lo cierto es que fue una opción en mi cabeza hasta que descubrí una oferta con la que disponía de una semana de prueba antes de empezar a pagar la cuota correspondiente, por lo que pude concederme esa semana de tregua hasta recibir mi primer salario. A partir de ahí, ya veríamos.
Así que todos los días, después de pasar la noche con un ojo abierto por miedo a cualquier tipo de incursión, me levantaba, me preparaba un desayuno rancio que almacenaba en mi nevera inoperativa, me vestía con mi ropa de deporte y, bolsa en mano, me tragaba una hora de viaje en metro y ascendía los veinticinco pisos del rascacielos sobre el que se situaba el gimnasio de Bridgeport. Para hacer el paripé, y ya que estaba allí, aprovechaba para hacer algo de ejercicio en la cinta de correr y, a continuación, me daba una buena ducha, me cepillaba los dientes a conciencia y fregaba los platos en el lavabo del baño cuidándome de que nadie me descubriera en tan humillante situación. Luego me volvía a meter en el metro para ir a trabajar, donde me llevaba a la boca la mayor cantidad de comida posible, y me dedicaba a hacer mi labor de extra de fondo para después volver a encerrarme en el metro durante otra hora y pico y caminar la eterna cuesta de Silvertone Way, completamente agotada. Una vez llegaba a las proximidades de mi solar, me aseguraba de que no había paparazzis a la vista, cenaba en medio de una oscuridad total un plato de ensalada sin aliñar y me enfundaba en mi pijama para meterme en mi camastro y pasar otra noche casi en vela.
De ese modo transcurrieron varios días hasta que llegó, hacia el final de la semana, un día festivo cuyo motivo no me quedó claro. Al parecer, era la manera laica que tenían en Bridgeport de conmemorar el verano o algo así, y me enteré de que habría hasta una especie de festival con actividades al aire libre durante todo el día que acabaría en un espectáculo nocturno de fuegos artificiales. 
Para cuando se dio el momento yo estaba absolutamente exhausta y lo único que quería era dormir durante todo el día, pero para mi sorpresa recibí un mensaje de texto de Tiara en el que me invitaba a una fiesta en su piscina esa misma mañana. Me costó varios minutos procesar la información, sin entender los motivos de aquella invitación. Ya me costaba entender la persecución a la que me sometía en el trabajo (aunque aprovechara como es lógico la oportunidad para intentar entablar relación con ella y sacar tajada de la situación), pero, ¿que después de apenas tres días de trabajo me invitara a mí, una simple extra de fondo, a una fiesta privada en su casa? No comprendía nada.
Pero, por supuesto, no podía desaprovechar la oportunidad, así que me despedí de mi día de descanso y me dirigí hacia mi destino con toda la brevedad que pude.
Tiara Angelista vivía en una mansión en una calle perpendicular a Silvertone Way. Era una vivienda moderna, de dos plantas, cerrada con planchas de hormigón blanco y dotado de un juego de cubiertas inclinadas de color negro que la hacía muy particular. Tenía una parte de la vivienda completamente en diagonal, como incrustada de cualquier manera en el resto de la casa, y algunos huecos de diferentes tamaños se esparcían por las paredes, demasiado pocos para mi gusto. En la parte izquierda se apreciaba la entrada a un garaje, y un muro de piedra protegía la casa del exterior.
Me acerqué maravillada y pulsé el botón del telefonillo bastante nerviosa. Enseguida las puertas se abrieron por algún procedimiento mecánico, dando paso a un jardín delantero totalmente desnudo, desprovisto de cualquier tipo de planta o flor que pudiera adornarlo.
Eso no me gustó. Yo siempre había soñado con cultivar mi propio jardín, incluso mi abuelo Lawrence me había permitido crear un pequeño huerto en la mansión. Me prometí a mí misma que, cuando ampliara lo suficiente mi maltrecho hogar, dedicaría todo mi empeño en crear un hermoso jardín con todo tipo de vegetación, incluyendo mi propia plantación de frutas y hortalizas, tal y como tenía en mi anterior casa.
Tiara estaba enmarcada en la puerta, vestida con un elegante bañador de cuerpo entero, sus pendientes de aro y sus ya características gafas de sol, y portaba una bebida de aspecto cítrico en su mano.
—¡Eh, Victoria Legacy! –me saludó, con una gran sonrisa en su rostro.
Era la primera vez que la veía demostrar algún tipo de expresividad.
Me acerqué a ella, bastante insegura acerca de lo que esa mujer esperaba de mí, y ella me invitó a entrar a un amplísimo salón en el que algunas personabas charlaban o bailaban al son de una estridente música electrónica.
—Tienes un cuarto de baño arriba donde puedes cambiarte –me indicó –. La piscina también está arriba, en la terraza, pero si quieres servirte algo antes, aquí a la derecha tienes una barra de bar, en la zona de comedor.
Entonces, echó un vistazo en derredor y su cara se iluminó al localizar a alguien en concreto.
—¡Ah! Ahí está Lola –se volvió de nuevo hacia mí –. Pásalo bien, por aquí hay algunas personas interesantes. Estaré por ahí si me necesitas.
Y, dicho esto, se acercó a un grupito de unas tres personas con las que comenzó a parlotear alegremente.
Un poco confusa, decidí hacer caso a Tiara y, tras ponerme mi bikini en el único baño que encontré, bajé de nuevo las escaleras. Iba tan ensimismada buscando a mi anfitriona que no reparé en que un hombre se disponía a ascenderlas, y me abalancé sobre él, derribándolo en el acto.
—¡Perdona, lo siento! –me apresuré a disculparme, agachándome para tenderle una mano y ayudarlo a levantarse.
El hombre me dirigió una mirada lastimera antes de dejarse ayudar. Debía de andar alrededor de los cuarenta, aunque poseía un rostro de rasgos algo aniñados. Tenía la piel cetrina, el pelo corto y rubio y los ojos de un verde bastante apagado, además de ser bastante enclenque. Era como un muerto viviente que en vida debió de ser atractivo.
—No te preocupes, señorita –tartamudeó, poniéndose en pie –. ¿La conozco de algo?
Lo observé con detenimiento, y de pronto lo reconocí.
—¿Trabajas en Plumbob?
Su rostro gris se iluminó.
—Soy ayudante de dirección. Reuben Littler –se presentó, estrechándome una mano.
—Victoria Legacy –lo correspondí –. Extra de fondo.
Reuben esbozó una media sonrisa que no me gustó nada.
—Extra de fondo –repitió, repasándome de arriba a abajo –. ¿Y cómo es que has sido invitada al gran evento de nuestra jefa de producción?
Los pocos remordimientos que había podido sentir hasta ese momento se borraron de un plumazo al comprobar la altivez y el deje lascivo que denotaban su voz. No pensaba quedarme con ese señor ni un segundo más.
—Pues lo mismo que tú, supongo –repliqué, cortante –. Nos vemos en el trabajo, ayudante de dirección.
Y me alejé de él rápidamente, asqueada a más no poder.
Pero, ¿de qué iba ese hombre? ¿Cómo se le ocurría mirarme de esa manera, como si fuera un cacho de carne? Yo merecía un respeto, y eso sin contar con que por edad ese tío podría ser mi padre perfectamente. Menudo pedófilo.
Sin más dilación, ahuyenté de mi mente la escena que acababa de vivir y me acerqué de nuevo a Tiara para simular que estaba ocupada.


miércoles, 19 de julio de 2017

Kai (V): Alma de arquero

Trató de mantener su pánico a raya y repasó mentalmente los conocimientos que en teoría debía poner en práctica en la fase de supervivencia. Los desperfectos no eran extremadamente graves, tal vez con un poco de magia pudiera arreglarlo sin problemas, pero era una reparación laboriosa y no disponía del tiempo necesario. En un arranque de determinación, arrancó de cuajo la pieza rota ayudándose de un ligero movimiento mágico y colocó la mano que sujetaba el arco de tal forma que pudo hacer un pequeño apoyo con sus dedos. Tiró de la flecha, apretó los dientes y disparó hacia la marca al tiempo que sentía cómo el arma le dejaba en carne viva la mano y parte del brazo a medida que se deslizaba por ellos.
Hubo un momento en el que estuvo convencido de que el sacrificio había sido en vano, pero la flecha impactó en su objetivo por poca distancia, y a Kai le faltó tiempo para brincar sobre el alféizar y agarrarse al poste, dándose impulso con piernas y brazos para ascender por él y aguantándose las lágrimas cada vez que la madera entraba en contacto con las heridas causadas por la flecha.
Apenas pudo contener la alegría cuando, al desasirse del poste y ponerse en pie sobre la cubierta de la casa, descubrió que finalmente se había puesto a la altura de Vith.
El chico le dirigió una mirada hostil al percatarse de su presencia, visiblemente sorprendido. Nunca le había tratado mal, pero Kai sabía que Vith también deseaba ser seleccionado para viajar a Elbor, y aquello era una cuestión personal para él. Resollando por el esfuerzo, Vith no perdió ni un segundo más y puso pies en polvorosa en un intento de dejarlo atrás de nuevo, pero esta vez Kai no se lo permitió. Dio una zancada frente a él, obstaculizándole el paso por un instante, y saltó a la cubierta de la siguiente casa, alejándose a la velocidad de la luz.
—¡Maldito mestizo! –le oyó vociferar a lo lejos, henchido de rabia.
Kai sintió una mezcla de dolor y satisfacción al mismo tiempo, pero no se fiaba de Vith y necesitaba asegurarse de que le cogía la delantera definitivamente. Sin detenerse, buscó con la mirada la luz del siguiente munhe, y la localizó brillando entre las hojas alargadas y sinuosas de la copa de un gran árbol. Encendido por la adrenalina, volvió a ignorar el camino habitual y apretó el paso, lanzándose hacia otra pasarela que le sirvió para coger carrerilla y dar un enorme salto en dirección al árbol en cuestión, colgándose de una de las hojas. Aulló de dolor cuando sus manos resbalaron por la hoja, cediendo por el peso y cortándole las palmas con el filo, pero aún así se las arregló para agarrarse bien. Obviando la sangre que manaba de sus manos y teñía el verde azulado de la vegetación de un intenso escarlata, se las ingenió para enrollarse parte de la hoja alrededor de una mano, y repitió el proceso para sujetarse a la otra hoja que tenía al lado.
«¿De verdad era necesario esto, mestizo idiota?», se torturó a sí mismo mentalmente mientras ascendía a pulso por las hojas del árbol, sin evitar reparar en el escozor de las palmas de sus manos.
Cuando llegó a la copa del árbol casi se sintió desfallecer. Aspiró aire durante un momento, apoyándose sobre sus rodillas, pero de pronto se acordó del rostro enfurecido de Vith y volvió a ponerse en marcha.
No tardó en encontrar el munhe, y desde allí visualizó la marca correspondiente, balanceándose en una hoja del árbol como había estado haciendo Kai momentos antes. Sacó una flecha del carcaj, la colocó sobre el arco y la flecha cayó hacia un lado, imitando a la anterior.
—Mierda –maldijo en voz baja. Había olvidado todo el asunto del reposaflechas y acababa de caer en la cuenta de que debía volver a hacerse daño con las malditas flechas dos veces más si quería superar la fase.
Le dieron ganas de llorar, totalmente reacio a la idea provocada por su mala cabeza, pero no había tiempo que perder. Vaciló, pero finalmente decidió arrancarle un par de pedazos a una hoja.
—Lo siento –se disculpó de corazón, tanto con el árbol como con Everyth –. Espero que sepas perdonarme.
Se enrolló y sujetó los trozos de la hoja en las manos, a modo de vendas, y a continuación compensó torpemente al árbol invocando su magia para hacer que la hoja arrancada creciera de nuevo y devolverla a su estado anterior. Kai sabía que aquello no arreglaba nada, ni ante el árbol, ni ante la diosa, pero no podía permitirse dejar la fase a medias, y no sabía qué otra cosa hacer.
Volvió a colocar los dedos simulando un reposaflechas y se concentró en la marca balanceante. No podía fallar.
Disparó, y la flecha le cortó de nuevo al volar hacia su blanco, pero esta vez no le escoció tanto gracias a su protección improvisada. Eso lo alentó, pero sus ánimos desaparecieron cuando la flecha pasó silbando al lado de la marca.
Kai soltó una maldición, sacó otra flecha y repitió la operación. Esta vez sí acertó, pero su protección estaba ya desgastada y no soportó tan bien el dolor. Con lágrimas en los ojos, decidió que necesitaba acabar con esa fase cuanto antes, así que no se lo pensó más y se dejó caer de rama en rama hasta sentir de nuevo la hierba bajo sus pies, y trotó hacia el final del circuito, esta vez siguiendo el camino convencional.
El maestro Hando lo vio llegar desde la meta y asistió estupefacto a su último disparo, viendo cómo la flecha le desgarraba el brazo y una mano cubierta por una hoja de siaze destrozada y ensangrentada antes de atinar en el centro de la marca. Sin poderse controlar más, Kai profirió un grito descomunal, lanzó el arco y el carcaj al suelo con furia y se tiró sobre la hierba fresca, con los ojos henchidos en lágrimas y profundamente aliviado por haber acabado al fin con aquella fase del infierno.
El maestro se quedó observándolo durante unos largos segundos.
—Llamaré a un mago –sentenció finalmente.

—¿Qué ha pasado, chico? –le preguntó abiertamente el maestro una vez hubo regresado, mientras la sanadora que había traído se encargaba de curar sus heridas.
El resto de aprendices todavía no habían llegado cuando Hando había regresado acompañado de una thaender anciana que, nada más ver de quién se trataba el accidentado, se había dispuesto a hacer su trabajo sin proferir una sola palabra.
Kai bajó la cabeza, visiblemente avergonzado. A pesar de ser mestizo, el maestro Hando siempre lo había tratado con respeto y temía decepcionarlo.
—Nunca has tenido problemas con esta fase –continuó el maestro al ver que Kai no contestaba –. De hecho, no me ha sorprendido que hayas llegado el primero, pero siempre lo has realizado holgadamente, y mira en qué condiciones estás. ¿Ha ocurrido algo?
Kai dudó de si contarle lo sucedido con Nilhe al principio del circuito, pero en ese momento vio cómo Vith llegaba a la meta y sus dudas se disiparon, acordándose del momento en el que el propio Kai se había interpuesto en el camino de su compañero.
—Tuve un percance al principio –dijo finalmente, escogiendo las palabras –, y tuve que ingeniármelas para salvar tiempo.
El maestro Hando señaló con la vista las heridas que la sanadora estaba cerrando poco a poco con su magia.
—¿Y esos cortes? ¿Has olvidado de pronto cómo disparar?
Kai notó de pronto la boca pastosa.
—Se me rompió el reposaflechas, maestro. Consideré arreglarlo, pero hubiese tardado demasiado, así que al final decidí utilizar mis propios dedos.
Hando alzó las cejas, y por un momento Kai tuvo miedo de que su maestro decidiera descalificarlo por saltarse las normas.
Sin embargo, el maestro se mantuvo en silencio, observándolo con una expresión indescifrable.
—Esto ya está –anunció la sanadora de pronto, y se dirigió al arquero –. La magia aún estará haciendo su efecto por un rato, así que debe tener cuidado y mantener reposo en el brazo y en las manos.
A Kai se le cayó el mundo a los pies al escuchar la noticia de la mujer. Si no podía utilizar sus manos, ¿cómo se suponía que iba a seguir con la prueba?
El maestro Hando asintió severamente.
—Descuida, lo hará. Que Everyth te otorgue larga vida.
Se despidieron con el saludo deiliano y la mujer desapreció en el bosque.
Nilhe había llegado mientras la sanadora comunicaba la noticia y, en cuanto vio a Kai y concluyó que el mestizo había finalizado el primero, le dedicó una mirada cargada de odio. Unos minutos después llegó Esven, sin dejar de mirar hacia el cielo para comprobar que había llegado a tiempo, y disparó su última flecha.
—Bueno, pues ya estáis todos –declaró el maestro Hando cuando al fin se reunieron –. Y todos a tiempo, así que de momento vais por el buen camino. Tomaos un descanso y nos reuniremos aquí mismo al comienzo de la tarde para continuar con la prueba. Que Everyth os guarde y os dé suerte.
—Sí, maestro –respondieron los aprendices al unísono, tratando de contener su excitación por haber superado la fase.
Esven, Vith y Nilhe intercambiaron animadas despedidas y se disgregaron sin mirar a Kai en ningún momento. Kai, acostumbrado, suspiró y se dispuso a marcharse cuando la voz de su maestro lo llamó:
—Kai –dijo con una voz limpia y clara.
Kai dio media vuelta, sorprendido porque su maestro se dirigiera a él en exclusiva.
—¿Sí, maestro Hando?
El hombre lo observó con cierta curiosidad, cruzando los brazos.
—La forma en que has superado la fase de habilidad ha sido temeraria, chico –lo reprendió con tranquilidad.
—Lo sé, maestro –coincidió Kai, arrepentido –. Lo lamento.
—No es necesario que asistas a la fase de supervivencia –dijo súbitamente su maestro, sin tapujos.
Kai alzó las cejas, sin creer lo que estaba oyendo
—¿Perdona, maestro?
—Estoy al corriente de que para tus compañeros no eres de agrado, y sé que te lo han puesto más difícil.
El aprendiz guardó silencio, incapaz de ocultar su confusión, esta vez en un nuevo sentido.
—Tenía fe en ti –continuó el maestro al ver que Kai no pronunciaba palabra –, pero ni por asomo pensaba que fueras a llegar tan lejos. ¿Disparar flechas apoyándolas en tus propios dedos? Estoy francamente sorprendido, muchacho.
Kai se mantuvo observando a su maestro, tratando de resolver en su cabeza el rompecabezas de sus palabras.
—Entonces… ¿me descalificas por no haber reparado el arco?
El maestro Hando, eternamente serio y cansado, miró perplejo a su aprendiz unos instantes antes de dejar escapar una risa seca.
—No me has entendido, chico. Has realizado una fase de habilidad como no he visto en mi vida. Has demostrado que tienes recursos para vencer las adversidades, si es necesario sacrificándote tú mismo. No sólo eso, sino que has empleado conocimientos de otras fases para ayudarte en ésta, tal y como se debería hacer en una situación real. En otras palabras, has demostrado que tienes alma de arquero. Así que ve a casa, reposa tal y como ha dicho la sanadora y vuelve para la fase de abastecimiento. Creo que, por cómo has acabado, tu fase de habilidad también vale para superar una fase de supervivencia, ¿no crees?
Kai no daba crédito a lo que escuchaban sus oídos. Se sentía tan contrariado y colmado al mismo tiempo de tantas emociones que no sabía ni qué decir.
—Pe-pero… No he reparado mi arco. Quiero decir, no he demostrado que sé fabricar uno propio desde cero, ni que sé arreglarlo si se rompe como hoy, ni…
—¿Quién ha fabricado ese arco que llevas a la espalda, Kai? –lo interrumpió su maestro.
—Y-yo, maestro…
—Entonces podemos concluir que sí sabes hacerlo, ¿verdad?
Kai tragó saliva y asintió.
—Bien, pues creo que no hay mucho más que hablar –sentenció, y se dispuso a marcharse, dándole una palmada en el hombro al muchacho al cruzarse con él –. Descansa, chico. Te veo en la fase de abastecimiento.
Kai parpadeó varias veces, aún sin creérselo.
—Gra-gracias, maestro… –dijo, contemplando cómo el arquero se desvanecía entre los árboles.


domingo, 16 de julio de 2017

Zoe (VII): La chica del árbol de corales

—Zoe.
La voz sonaba en la lejanía, susurrante pero limpia y clara al mismo tiempo.
—Zoe –repitió.
Zoe abrió los ojos pesadamente, pero fue incapaz de ver nada. Una espesa niebla cubría su cabeza y no era capaz de distinguir las formas ni los colores.
—Zoe –la seguía llamando la voz.
Y entonces la reconoció.
Era la voz de su claro. Lo que silbaba el viento a través de las hojas de los árboles cuando yacía en él dibujándolo.
De pronto, los contornos se esclarecieron, y allí estaba ella de nuevo. La embargó la sensación de paz y familiaridad propia de quien ha regresado a su hogar.
Sin embargo, algo la dejaba intranquila. Su claro no era el mismo de siempre. La distancia que la separaba del estanque y del resto del bosque era mucho mayor de la habitual, y se sentía extrañamente sola.
No se dio cuenta al principio, pero poco a poco fue consciente de que los árboles se movían y que llevaban moviéndose de esa manera todo el rato. Danzaban a su alrededor, mezclándose con otros y susurrarando a gritos su nombre.
—Zoe… Zoe…
Ella acudió a su llamada, caminando emocionada hacia el lago, pero, cuando llevaba apenas unos pasos, se percató con impotencia de que éste seguía igual de lejos que al principio. Cuanto más se acercaba a él, más lejos parecía estar, y la suave danza de los árboles se volvía cada vez más frenética y violenta.
¿Por qué estaba el claro tan enfurecido?
Seguía escuchando su nombre, pero ya no sonaba dulce y suave, sino fuerte y exigente, y Zoe no alcanzaba a distinguir si aquello era una réplica dolida o una llamada de auxilio desesperada. 
La chica apremió el paso, pero era inútil, su claro estaba cada vez más lejos. Y, de repente, un torrente de agua salió disparado del lago, como si de un monstruo marino se tratase, y le agarró del tobillo, empujándola con fuerza hacia adentro. Zoe, asustada, intentó aferrarse al suelo, pero el torrente era mucho más fuerte que ella. Impotente y desesperada, sus uñas sólo lograron arañar la tierra y arrancar la hierba mientras sentía cómo las aguas la arrastraban por el suelo antes de engullirla como a una lombriz.
Entonces, todo se apagó.
Ni el ruido del viento y el agua, ni el verde y el dorado de los árboles danzantes, ni la distancia cada vez más grande entre el claro y ella. No veía, sentía ni oía nada.
Sólo una voz tenue y adormilada que susurraba:
—Zoe…

—¡Zoe!
Zoe se despertó sobresaltada, con el corazón latiéndole totalmente desbocado.
Se giró bruscamente y vio a Isshia enmarcada en la puerta de su exótico hogar, mirándola con una mezcla de diversión y preocupación.
—¿Zoe?
Ella aún trataba de ubicarse y reconocer que lo que ocurría a su alrededor no formaba parte del sueño. Su pecho subía y bajaba, frenético, y miraba a la mujer del pelo de colores con ojos desorbitados.
Ae, Zoe –dijo automáticamente, sin saber muy bien cómo habían llegado esas palabras a sus labios.
Isshia soltó una risotada.
Ren, Zoe –respondió, encantada, y a continuación le hizo gestos apremiantes para que abandonara el lecho de hierba y se acercara a ella.
Confusa, Zoe se puso en pie lentamente y se palpó el cuerpo para comprobar que seguía vestida, aunque fuera con aquellos extraños ropajes. Dio unos pasos hacia la mujer, pero, antes de haber llegado a su lado, ésta retiró la cortina de caracolas que pendía del marco de la puerta y la invitó a salir al exterior.
A Zoe apenas le dio tiempo a apreciar de nuevo la luz del sol. Antes de que hubiese puesto un pie fuera, una avalancha de gente se volcó sobre ella, curiosa y entusiasmada, hablándole a gritos en su lengua.
Ella enseguida se sintió estresada, aturdida y terriblemente incómoda. Ni siquiera era capaz de distinguir los rasgos de aquellas personas, ni el color de su pelo, o si eran hombres o mujeres. Desesperada, buscó con la mirada a Isshia, suplicándole auxilio en silencio, y ella enseguida salió a su rescate, apartando con brazos y piernas a la gente y dando órdenes en tono maternal. En cuestión de segundos, aquellos seres se habían dispuesto a un par de zancadas a la redonda, observando a la visitante ahora en respetuoso silencio, pero con un interés aún mayor si cabía.
Fue entonces cuando la chica pudo ver el aspecto de toda esa gente con claridad: pieles bronceadas y tatuadas, torsos desnudos, telas transparentes y traslúcidas de diversos colores, ojos y cabellos también de brillantes tonalidades, éstos últimos muy cortos o largos y recogidos… y todos ellos con sus branquias sobre la caja torácica, indicativo de que ahí la diferente era ella.
Algunos valientes trataron de acercarse un poco a Zoe y comunicarse con ella en voz suave, pero Isshia enseguida los acalló, y Zoe no tuvo que pensarlo mucho para deducir lo que les había expresado: que era inútil, la chica no entendía ni una palabra de lo que estaban diciendo.
El grupo intercambió murmullos de sorpresa, hasta que una joven aparentemente de la edad de Zoe se abrió paso entre la muchedumbre y, momentáneamente, la atención se centró en ella. Todo el mundo parecía conocerla y alegrarse de su presencia, e Isshia la saludó con gran efusividad, como si la hubiera estado esperando.
La muchacha correspondió al saludo alegremente y juntas intercambiaron unas palabras antes de que se volviera hacia Zoe con los brazos en jarras y una cálida y jovial sonrisa dibujada en su rostro.
—Zoe –la llamó Isshia, y a continuación señaló a la recién llegada con las manos –. Íha, Rayle.
Ae, Rayle –se apresuró a corroborar la chica.
Zoe anotó mentalmente la palabra “íha”, traduciéndola como “ella”, y añadió el nombre de Rayle a los ya conocidos.
Ae, Zoe –se presentó como había aprendido.
Rayle asintió y aplaudió, maravillada, y volvió a hablarle muy despacio y haciendo un montón de gestos que Zoe no comprendió.
Ante el contrariado ademán de su huésped, Isshia volvió a dirigirse al grupo que observaba la escena desde segunda fila y vociferó algunas cosas con satisfacción y firmeza, logrando que, por fin, todos esos seres desaparecieran de la vista, dejando a las tres mujeres a solas. Zoe respiró con alivio, aunque aún seguía inquieta por la presencia de la recién llegada.
Entonces, Isshia volvió a hablar y hacer gestos, señalándola a ella y a Rayle de vez en cuando, hasta que la empujó suavemente hacia la joven y Zoe intuyó con pavor que pretendía dejarla a solas con ella.
Sus sospechas se confirmaron cuando, tras intercambiar de nuevo unas últimas palabras con Rayle, Isshia se despidió de la muchacha con una sonrisa y se introdujo de nuevo en la cabaña.
Zoe quiso suplicarle a la mujer que no la dejara sola con aquella extraña, pero ya era tarde, y de todas formas no tenía manera de hacerse entender. Desolada, contuvo un suspiro y se enfrentó a su destino, sin saber muy bien qué hacer.
En cambio, su compañera no parecía nerviosa en absoluto. Al contrario, se la veía tan emocionada con aquella idea que no perdió tiempo y se dispuso a hablarle con toda la tranquilidad del mundo, a pesar de que Zoe no entendiera nada de lo que estaba diciendo y no pudiera responder, así que la chica no tuvo más alternativa que quedarse contemplándola, tratando de disimular lo mejor posible su estupor.
Rayle era media cabeza más alta que Zoe y poseía un cuerpo proporcionado y definido, de bellas curvas y piel tostada plagada de multitud de coloridos tatuajes. Sus ojos violetas refulgían con alegría en medio de un rostro pecoso y equilibrado, con una boca ancha y carnosa de la que sobresalía esa radiante sonrisa, pómulos marcados y nariz respingona. Su cabello, de color azul marino, brillaba con reflejos del tono de sus ojos, y en esos momentos lo mantenía recogido hacia arriba en un inusual peinado sin ningún tipo de orden que dejaba un par de gruesos mechones ondulados enmarcando su hermosa faz. Vestía una especie de body rasgado por varios sitios, de varios tonos de amarillo, que estaba compuesto a partes iguales de zonas traslúcidas y opacas, mostrando su vientre plano y dejando entrever un pecho desnudo y las branquias que ya le eran familiares sobre sus costillas. Sobre esa vestimenta llevaba un amplio pedazo de tela transparente sujeto a su hombro derecho que cubría parte de un brazo, e iba descalza.
La chica le indicó con un gesto ávido que la siguiera y, al darse la vuelta, Zoe pudo ver que su atuendo se abría en la espalda hasta la cadera, dejando ver un enorme tatuaje que destacaba frente a todos los demás: un mosaico de corales de distintos tonos de azul marino que trepaba por su espina dorsal hasta la nuca, donde terminaba en un extraño símbolo gris, y del que nacían hacia los lados multitud de bellos dibujos de todos los colores habidos y por haber, describiendo líneas curvas que se enredaban las unas con las otras o se enrollaban sobre sí mismas hasta desaparecer. Zoe pensó que parecía un enorme árbol marino, y se olvidó casi hasta de respirar al contemplarlo embelesada mientras caminaba detrás de su lienzo, descubriendo nuevos detalles a cada paso que daba.
Rayle no había dejado de hablar con su voz cantarina desde el momento en que se había dado la vuelta. Cuando se percató de que Zoe se había quedado anonadada con el tatuaje de su espalda, rió, divertida, y tomó suavemente de la muñeca a su acompañante para colocarla a su altura y obligarla a mirar a su alrededor. Zoe se dejó llevar, apenada por tener que dejar de estudiar aquella maravillosa creación, pero pronto se olvidó del tatuaje al ver el lugar en el que se encontraban.
El hogar de aquellas criaturas parecía un poblado de cuento. Pequeñas viviendas como la de Isshia se levantaban por doquier, y vistas desde fuera parecían casi como caparazones acabados en punta, con todos sus pilares blanquecinos y curvos atados entre sí en la parte superior con aquel extraño material del cerramiento que Zoe no identificaba. Las viviendas se esparcían aquí y allí sobre un lecho de hierba corta, como carcasas blancas con sus puertas hechas de cortinas de colores que las distinguían unas de otras, y, conectándolas entre ellas, sus habitantes habían construido caminos sinuosos hechos con lo que a Zoe le parecieron conchas de múltiples tamaños y colores. A lo lejos, las aguas de un río se atravesaban entre las casas como una serpiente, cargando el ambiente de un aire puro y fresco que llenó los pulmones de la muchacha. Y, a medida que iban caminando, a Zoe le llegó un olor que conocía bien.
El del aroma que traían las olas y la brisa del mar.


martes, 4 de julio de 2017

Victoria (IX): Una de cal y otra de arena

Era noche cerrada cuando un ruido sordo interrumpió mi sueño.
Me desperté entre desubicada y asustada, con el corazón latiéndome fuertemente bajo mi pecho. La negrura de la habitación era total, y me costó un buen rato acostumbrarme a ella y reconocer el camastro donde dormía y darme cuenta de que ya no estaba en la mullida cama con dosel de mi habitación.
Aturdida y hecha un manojo de nervios, auné fuerzas para levantarme y averiguar qué diablos había sido ese ruido. La cabeza me daba vueltas como una noria y me crujió todo el cuerpo al incorporarme, pero finalmente logré mantenerme firme como para coger mi móvil, que se encontraba a buen recaudo descansando bajo mi almohada, dura como una piedra, y activar una vez más la luz de su linterna.
La puerta de la chabola estaba abierta de par en par y se balanceaba ligeramente.
Me quedé completamente paralizada, sin saber cómo reaccionar. Alguien había entrado mientras dormía. ¿Para qué había querido alguien internarse en ese sitio tan cochambroso?
De pronto, tuve una iluminación.
¿Y si había sido el anterior dueño?
Salí de la casa impulsada por un arranque de valentía, y apunté con mi linterna a todas partes, esperando ver a quien quiera que fuese el autor de aquella incursión huyendo en la distancia, pero eso no sucedió. Desconcertada, volví al interior de la choza. Tal vez simplemente había sido el viento el que había abierto la puerta, tampoco sería extraño dada su calidad, traté de convencerme…
Sin embargo, cuando por instinto dirigí la luz del móvil hacia cada rincón de la habitación para comprobar que todo estaba en orden, descubrí que faltaba algo.
Aquel individuo me había robado el váter.
No tenía claro si tenía ganas de reír o de llorar. Aquel pedazo de cerámica no servía para nada, más allá de aparentar un recipiente donde hacer mis necesidades, pero descubrí para mi sorpresa que sin él me sentía completamente expuesta. Lo ridículo de la situación me hizo sentir impotente y estúpida a partes iguales. ¿Qué se suponía que tenía que hacer alguien si le robaban un inodoro que ni siquiera funcionaba cuya simple existencia ya era de dudosa legalidad?
No sé cuánto tiempo me mantuve allí, contemplando el hueco vacío que había dejado la ausencia del váter, hasta que una voz me sacó de mi ensimismamiento.
—¿Victoria Legacy?
A punto estuve de desmayarme del susto. ¿Quién diablos venía a verme a esas horas? Y, lo que era más inquietante, ¿cómo había descubierto que vivía allí?
Cuando me volví, la persona que encontré mirándome con aspecto inexpresivo era la última persona que esperaba y quería ver en aquella situación.
—¡¿Tiara Angelista?! –espeté, en un tono mucho más histérico que en el que me habría gustado hablar.
¿Cómo narices me había encontrado? Y, ¡¿qué hacía ella allí?!
Repasé mentalmente mi lista de contactos de ese día: Natalie Taylor, la agente inmobiliaria estafadora; el taxista imbécil que me había llevado a mi recién adquirido hogar; el hombre gordo con el que había intercambiado dos palabras en el casting; Champ Ward, el propietario del local de fiestas al que había ido a parar de casualidad; y Richie Striker.
Las únicas dos personas que conocían mi ubicación eran las dos primeras. Pero, aunque en el más remoto de los casos diera la casualidad de que fueran amistades de Tiara, cosa que veía muy improbable, ¿qué le había llevado a la productora de cine a buscar mi paradera e ir a visitarme en plena madrugada?
Eran muchas las preguntas que se agolpaban en mi cabeza como para poder discernir unas de otras y tratar de dar respuesta aunque fuera a una sola de ellas.
La mujer se quedó mirándome con cara de póker a través de unas gafas de sol totalmente innecesarias dadas las horas que eran, para luego pasar a contemplar sin ningún tipo de pudor la infravivienda en la que habitaba.
—Excéntrico –comentó.
—¿Te lo puedes creer? –me apresuré a replicar, poniendo en marcha de nuevo la máquina de mentiras –. Compras un solar y cuando te quieres dar cuenta ya te han levantado una chabola. He tenido que quedarme a pasar la noche para averiguar quién es el sinvergüenza que me ha ocupado el solar.
Tiara pareció hacer caso omiso de mis palabras.
—He venido personalmente a darte un puesto como extra para la película.
No sabía si me había quedado más anonadada por la noticia o por el hecho de que la mujer se presentara allí a esa hora como si aquello fuera la mansión de Twinbrook y fueran las cinco de la tarde.
—¿Perdona? –pregunté, estupefacta.
—Me has gustado. Tienes agallas y mente crítica. Actuar no es lo tuyo, pese a todas esas compañías de teatro en las que dices haber trabajado… Pero se nota que sabes de cine y que tienes ambición por llegar lejos en este mundo. Estoy aburrida de todas esas pánfilas que no analizan nada y que se creen que sólo por tener una cara bonita van a ser alguien en esta vida. Yo he trabajado mucho para llegar a donde estoy, y he visto en tu mirada que tú estás dispuesta a recorrer el mismo camino. ¿Cuántos años tienes?
—Dieciocho –respondí, tan atónita que me olvidé hasta de si era razonable decir la verdad en esa ocasión.
—Me recuerdas a mí hace unos años –contestó ella –. Esa fuerza en los ojos, ese carácter… Estás dispuesta a todo y no te vas a dejar pisotear para conseguirlo. ¿Me equivoco?
—N-no…
—Empiezas mañana. De una a siete de la tarde, de lunes a viernes, en el set que asignaremos cada día para la película. Si no estás puntual, no entras y no recibes paga ese día. Si te desempeñas bien y das la talla, te haré mi ayudante personal. Necesito a alguien con tu cabeza para asesorarme, y estoy harta de machitos que me digan lo que tengo que hacer. ¿Todo claro?
—S-sí, cristalino –dije, en un intento desesperado por recomponerme.
—Tengo un ojo puesto en ti, Victoria Legacy –me advirtió –. Espero mucho de ti.
—No la defraudaré, señorita Angelista –la aseguré.
—Te veo mañana –se despidió, y se perdió en la oscuridad de la noche.
Puse todas mis energías en mantenerme firme hasta que me aseguré de que Tiara había desaparecido, y a continuación mis piernas flaquearon y me desmoroné.
Ya me daban igual todos los misterios que rodeaban el suceso y que no dejaban de ser turbadores.
Tenía trabajo.
Y mi pésima actuación en el casting había llamado la atención de la jefa de producción más reconocida de Plumbob Pictures.
Ahogué un grito de alegría nada propio de mí y me sumergí entre mis sábanas para descansar todo lo que me fuera posible antes de mi primer día.