miércoles, 11 de febrero de 2015

Victoria (II): El legado

Natalie me hizo una seña y echamos a andar.
—¿De dónde decía que venía?
—De Twinbrook.
—Vaya, el cambio le habrá parecido entonces brutal.
—Sí, pensaba que Twinbrook era grande, pero apenas es un pueblecito comparado con esto.
Ella soltó una risilla.
—Y que lo diga. Por aquí, señorita Legacy.
Natalie me hizo cruzar un gigantesco paso de cebra y a continuación me indicó que girara hacia una de las calles secundarias que había a mano derecha. Caminamos un par de manzanas hasta que llegamos a un local en la base de un rascacielos, con el logotipo color carmín de la inmobiliaria.
Una vez nos hubimos acomodado junto a una mesa de escritorio, ella encendió su ordenador y comenzó a consultar en su base de datos.
—Victoria Legacy, ¿no es así?
—Sí, así es.
—A ver, a ver... ¡Ah, aquí estás! Victoria Legacy, Silvertone Way, número 302.
—Sí –me apresuré a sacar del bolso una carpeta y la dejé sobre la mesa –. Mire, ya hice todo el papeleo por internet. Aquí está todo.
Natalie cogió la carpeta, la abrió y, tras ajustarse las gafas, empezó a ojear todos los papeles.
—De acuerdo, parece que está todo en orden –sentenció después de un detenido examen –. En ese caso solo necesito que firmes un par de cosas y listo.
Tecleó algunas cosas en su ordenador y a continuación me alargó unos cuantos papeles que salieron por su impresora.
—Necesito ver tu carnet de identidad de todas maneras –me dijo mientras firmaba.
Tragué saliva.
—Claro.
Rebusqué en mi bolso nuevamente, rezando por no meterme en un lío de última hora. Suficiente trabajo me había llevado demostrar mi mayoría de edad anticipada a distancia como para que me pusieran pegas en ese momento. Le di la tarjeta, intentando controlar el enfado que se estaba gestando en mi interior.
Ella alzó ligeramente las cejas cuando leyó la fecha de nacimiento.
—Vaya, feliz cumpleaños, señorita Legacy.
Me obligué a sonreír, pero por dentro no pude evitar sentir una punzada de dolor. Aquella era la primera persona que me felicitaba el cumpleaños.
—Gracias. Oiga, mire –me apresuré a justificar –, tengo la mayoría de edad anticipada, lo pone en varios de esos papeles.
—Tranquila, tranquila –me calmó –. Solo era una comprobación de que eras tú, nada más.
Asentí, más reconfortada.
—¿Qué tiene pensado hacer una chica tan joven como tú con un solar tan grande como este? –quiso saber Natalie, devolviéndome el carnet.
—Instalarme cuanto antes, a ser posible –contesté.
Ella frunció el ceño.
—Pero, tú sabes que ese solar no está construido, ¿no?
La revelación cayó sobre mí como una jarra de agua fría. Parpadeé varias veces.
—¿Cómo?
Mi expresión debió de ser un poema, porque el rostro de la mujer se quedó blanco como la tiza.
—Se-señorita Legacy... Yo pensé... Lo-lo siento...
—¿Qué quiere decir con que no está construido?
—Seguro que hay algo que podemos hacer, no se preocupe. Podemos revertir el proceso, seguro que podemos devolverle la mayor parte del dinero...
—Espera, espera, espera. ¿Cómo que la mayor parte del dinero?
La mujer titubeó.
—Bueno, ya sabe...
No me molesté en escuchar la excusa que me tenía preparada.
—Mire, señora... –eché un vistazo al cartelito que colgaba de su americana –Taylor. Usted se cree que por acabar de cumplir los dieciocho años me chupo el dedo, ¿no? Vi las imágenes de la casa por internet, sé lo que compré. Si ahora pretende que me crea así como así que esto se trata de un error, lo lleva claro.
Ella tragó saliva.
—Probablemente usted viera las imágenes de la casa que había anteriormente. Con todos mis respetos, la zona en donde se encuentra es la más cara de Bridgeport... ¿De verdad creía que un lote así le habría salido tan barato de haber estado construido?
¿Qué pretendía decirme aquella mujer? ¿Acaso estaba insinuando que yo era imbécil por no haberme dado cuenta?
Aquello acabó con mi paciencia.
—Mire, no intente desviar las culpas ahora. ¿Sabe qué? –dije, mientras me cargaba mi bolso y mi maleta y me ponía en pie –. No pienso pasarme los siguientes días tratando con vuestra incompetencia. Suficiente he aguantado ya. Si es tan amable de devolverme mi carnet de identidad.
La atónita mujer miró mi mano tendida hacia ella como si de una especie animal en extinción se tratase.
—Entonces, ¿se lo queda?
—Sí. He comprado ese solar y es mío. Venga, deme el carnet. Quiero largarme ya de aquí.
Ella depositó lentamente la tarjeta en mi mano, observándome como si tratase de averiguar qué tipo de trastorno mental padecía yo, y a continuación me tendió todos los papeles firmados.
—No se olvide de esto, señorita Legacy.
Prácticamente le arranqué los papeles de la mano y los guardé de cualquier manera en mi bolso.
—Buenas tardes, señora Taylor –me despedí, y salí por la puerta como alma llevada por el diablo.
Sí, probablemente no había sido la decisión más inteligente de mi vida, pero mi paciencia con la gente llevaba mucho tiempo muerta y enterrada. Concretamente, descansaba en el mismo ataúd en el que yacía mi madre desde hacía meses atrás.
Arrastré mi maleta calle abajo hasta que llegué a la carretera principal y alcé la mano para detener un taxi.
—¿A dónde la llevo, señorita? –preguntó el taxista mientras yo me peleaba por hacer encajar mi maleta en el asiento de atrás.
—Silvertone Way, 302, por favor.
El conductor introdujo la dirección en su GPS y nos pusimos en marcha de nuevo.
No tenía ni idea de lo que iba a hacer a partir de entonces, pero estaba tan enfadada y cansada por los sucesos que se habían desencadenado durante el último año y hasta ese momento que realmente poco me importaba. Si mi destino era vagabundear y dormir a la intemperie durante un tiempo, que así fuera. Si debía resetear toda mi vida desde cero y levantar un imperio de la nada como habían hecho mis antepasados en su momento... Bien, pues eso haría. En el fondo, aquello era lo que deseaba. Si me había cambiado de ciudad, si me había cambiado de apellido, había sido para cambiar totalmente de vida, para romper por completo con todos los lazos que me ataban a mis recuerdos de Twinbrook... y para empezar un nuevo legado, el legado con el que soñó mi tatarabuelo Roger Wright, con el que soñaba mi abuelo Lawrence Wright y que mi madre Samantha Wright había destruido y mancillado. No en vano había decidido ese nuevo apellido.
Victoria Wright había muerto para dar paso a una nueva vida: la vida de Victoria Legacy.
Mi nueva vida.