viernes, 24 de marzo de 2017

Zoe (VI): Palabras huecas

Zoe se quedó observando la mano de la estrafalaria mujer desde la seguridad de su posición, sintiéndose demasiado violenta como para reaccionar. Una parte de ella la impulsaba a aceptarla, pero, si lo hacía, expondría su desnudez al completo ante el grupo de desconocidos, y, para más inri, ante dos hombres. La sola idea le provocaba a la muchacha un rechazo demasiado insoportable como para poder siquiera planteárselo, pero necesitaba averiguar quién era esa gente, en dónde estaba y, lo que era más importante, qué demonios estaba ocurriendo. Nerviosa, sus ojos rebotaban una y otra vez entre la mano y los irises rosados de la mujer (deteniéndose más de lo que le habría gustado reconocer en la carne que revelaba sus prácticamente inexistentes ropajes).
Isshia la observó con desconcierto e hizo un amago de retirar el ofrecimiento, pero Zoe se descubrió volviendo la mirada hacia ella, suplicante. La mujer estudió el rostro de la chica, intentando averiguar qué sucedía, y le hizo una pregunta que Zoe no entendió. A modo de respuesta, ella lanzó un vistazo rápido a los dos hombres que se erigían detrás de la mujerona, realizando un sutil gesto con la cabeza que esperó desesperadamente que ella entendiera.
Para su fortuna, Isshia captó el mensaje. Recuperando la sonrisa, se volvió hacia sus compañeros y les habló en un tono mandón y burlesco en su extraño idioma. Al instante siguiente ambos varones estaban abandonando la estancia. Desde luego, no había duda de quién llevaba los pantalones en esa casa… O, bueno, las… ¿transparencias? Zoe no lo tenía muy claro.
La muchacha joven que hasta el momento no se había despegado del marco de la puerta hizo también amago de irse, pero Isshia la retuvo y, por la reacción de la niña, Zoe intuyó que le había ordenado acercarse. La chiquilla obedeció las palabras de la mujer con pasos temblorosos, manteniéndose una distancia prudencial de ellas, con aire tímido. Entonces, Isshia volvió a tender su mano hacia Zoe, pero ella no acababa de atreverse. Nada más se formó en su cabeza la imagen de ella misma saliendo del agua como su madre la había traído al mundo, la sangre se agolpó precipitadamente en sus mejillas y se acobardó. Isshia continuaba observándola llena de confusión, pero, entonces, la niña murmuró algo de forma casi imperceptible y el rostro de la mujer se iluminó. Mientras contestaba a la chiquilla, se acercó a uno de los estrambóticos muebles que adornaban las paredes y rescató de un desordenado montón algunas telas que luego llevó a la desconcertada Zoe. Ella aceptó las prendas, algo más aliviada, y, dándose cuenta de que no tenía otra opción, trató de mantener a raya el pánico que le ocasionaba esa situación. Respiró hondo, hizo acopio de valor y, finalmente, salió del agua.
Zoe desdobló la ropa a toda prisa, con el corazón bombeando estruendosamente bajo su pecho, e intentó averiguar la forma de colocársela lo más rápido posible, con la esperanza de que, si era lo suficientemente veloz, a las presentes no les daría tiempo a fijarse en ella. Después de darles la vuelta un par de veces, se escabulló por los únicos huecos que vio, sin importarle nada más que el hecho de no quedarse desnuda por más tiempo. Isshia rió, viendo el estropicio en el que había acabado envuelta Zoe, y, ante la espantada mirada de la chica, se tomó la libertad de recolocarle la vestimenta hasta que el resultado final se asemejó al modo de vestir de ellas. Satisfecha, la miró de arriba abajo con los brazos en jarras y una gran sonrisa y abandonó la habitación diciendo algo mientras Zoe comprobaba con horror que, en contra de sus intenciones iniciales, la ropa que Isshia le había asignado la dejaba más desprotegida que antes de salir de la bañera. Inconscientemente, Zoe miró a la chica que la acompañaba en una silenciosa llamada de auxilio. Ella se sobresaltó, pero no tardó mucho en entender el problema de Zoe y se dirigió al mismo mueble, separando prendas con delicadeza hasta que seleccionó unas cuantas más opacas. Se las acercó a Zoe con rapidez y ella, agradeciéndole internamente a la chiquilla desde lo más profundo de su ser, se las caló encima de las que le había dado Isshia.
La puerta, que consistía en una abertura en el cerramiento de la que colgaban delicadas tiras de  caracolas de colores, se abrió de nuevo para dejar paso a la robusta figura de la mujer, seguida por el hombre de cuerpo rechoncho.
El joven del cabello azul marino y los ojos turquesas no volvió a aparecer.
Fue entonces cuando Zoe se fijó por primera vez en el recinto en el que se encontraban. Se trataba de una especie de cabaña amplia, de planta circular, sustentada por unos extraños pilares arqueados de un material liso y blanquecino que no supo identificar. Formando el cerramiento del hogar, unas hebras traslúcidas de un tono más grisáceo se entrelazaban y ataban a la estructura portante de la vivienda. Cada dos pilares, el cerramiento se abría para dar lugar a unos huecos que hacían las veces de ventanas, de funcionamiento similar al de la entrada, y que daban directamente al exterior. En el centro de la estancia se tendía el lecho de hierba fresca sobre el que Zoe había estado echada minutos antes y, cubriendo las paredes, se sucedía todo un muestrario de esperpéntico mobiliario fabricado con una mezcolanza casi totalmente arbitraria de materiales, donde un caos de utensilios, ropajes y demás objetos descansaban colocados de cualquier forma sobre ellos o sobresaliendo parcialmente de sus dependencias. Por otra parte, la vivienda se hallaba excesivamente decorada, con una algarabía de estatuillas y cerámicas de colores relucientes que incluso dañaban la vista de la aturdida Zoe.
Isshia pareció un poco decepcionada con el cambio de imagen de su huésped, pero no perdió su ancha sonrisa cuando continuó parloteando alegremente en su idioma. El hombre y ella prosiguieron en su intento de comunicarse con la chica, pero Zoe no tardó mucho en percibir la frustración en sus rostros. Dialogaron entre ellos con cierto tono de desesperación, hasta que el hombre sugirió algo que hizo que el rostro de Isshia se encendiera de nuevo. La mujerona se acercó trotando a otro de los desordenados muebles de las paredes y, tras trastear un poco, extrajo de un cajón unos pequeños botecitos de cerámica y una fina tabla de una madera muy flexible. Se acercó de nuevo a los presentes, abrió varios de los botes, en cuyo interior Zoe alcanzó a ver polvos de diversos colores, y sostuvo la tabla frente a ella, de tal forma que la muchacha pudiera ver la lisa superficie de madera.
Entonces, sucedió algo que dejó helada a la visitante.
Unos polvos azulados comenzaron a levitar de su recipiente, volviéndose líquidos a medida que trazaban su camino hacia la tabla. Ojiplática, Zoe observó cómo la artesanal tinta se iba posando sobre la tabla, formando una serie de caracteres y símbolos que, por supuesto, no se encontraba en disposición ni de intentar interpretar.
Parpadeó varias veces, sintiendo una vez más el galope de su corazón, convencida de que lo que ocurría frente a ella no podía ser real y que en cualquier momento despertaría de ese extraño sueño. Pero, cuando volvía a abrir los ojos, Zoe descubría que los polvos seguían volando hacia la tabla transformados en tinta, hasta que Isshia consideró que había sido suficiente y le tendió la tabla recién decorada a la empalidecida muchacha.
Ella la sostuvo entre sus temblorosas manos, sintiendo que sus fuerzas iban extinguiéndose por momentos y temiendo que el regalo se le escurriera de entre sus dedos en cualquier instante.
La pareja la observó, expectante, pero Zoe permaneció inmóvil, incapaz de reaccionar. Isshia, comenzando a impacientarse, gesticuló con la cabeza en dirección a la tabla, pero continuó sin obtener respuesta por parte de la chica. Entonces, el hombre volvió a dirigirse hacia la mujer y mantuvieron una acalorada conversación, durante la que Zoe comprendió, en medio de su nerviosismo, que los trazos azules que adornaban la tabla conformaban algún tipo de mensaje que Isshia había pretendido que ella leyera, evidentemente sin ningún éxito.
Las voces de ambos estaban empezando a adquirir un tono cada vez más elevado cuando el susurro de la niña interrumpió la discusión. La pareja se quedó mirando a la chiquilla, estupefactos ante lo que fuera que acabara de decir. El hombre le preguntó algo en tono suave, y la niña contestó en un tono más suave aún. Su respuesta debía de haber sido muy reveladora, porque la pareja pasó a estudiar a su huésped con nuevos ojos.
Se instauró un silencio sepulcral por unos segundos, durante el que se produjeron diversos cruces de miradas. Finalmente, Isshia avanzó un trémulo paso hacia la visitante.
—Zoe –pronunció con un acento cantarín.
Ella se enderezó como un suricato al oír su nombre.
En ese momento comenzó un peculiar juego de mímica que a Zoe le costó bastante captar, y que consistía en que Isshia la señalaba a ella y recitaba su nombre de nuevo, y a continuación se señalaba a sí misma. Al principio no entendía lo que quería la colorida mujer, pero, tras repetir la operación unas cuantas veces, Zoe al fin lo comprendió.
La siguiente vez, cuando Isshia se señaló el abultado pecho, Zoe dijo, dubitativa:
—¿Isshia?
El trío intercambió varias exclamaciones. Ansiosa, Isshia volvió a intervenir, hablando muy lentamente y espaciando las palabras entre sí.
Ae, Isshia –dijo en su idioma, señalándose de nuevo –. Ren, Zoe –enunció a continuación, señalando a la chica.
A Zoe le llevó un segundo traducir en su cabeza el mensaje de Isshia: «Yo, Isshia. Tú, Zoe», y sintió una extraña excitación al descubrir que había sido capaz de comprender el completamente ininteligible lenguaje de aquella gente.
Isshia hizo un gesto y la miró fijamente, esperando una respuesta, y Zoe descubrió con inquietud que le estaba cediendo el turno.
Ae, Zoe –balbuceó con la boca pastosa –. Ren, Isshia.
Isshia casi se echó a saltar. Sus anfitriones se enfrascaron en una agitada pero breve conversación que el hombre no tardó en interrumpir para probar aquel descubrimiento.
Ae, Medv –se presentó.
Zoe asintió con la cabeza.
Ren, Medv –recitó, haciendo ver a su interlocutor que había entendido el mensaje.
Medv le dedicó una cálida sonrisa de dientes amarillentos a la visitante.
Emocionada, Zoe se olvidó súbitamente de todos sus miedos. Deseosa por seguir comunicándose con aquellos seres, ahora que había averiguado la manera, miró con impaciencia a la niña, aguardando a conocer también el nombre de ella.
La muchacha se sobresaltó al percibir la ansiosa mirada de Zoe. Sus mejillas enrojecieron y desvió la vista hacia el suelo tímidamente antes de decir en voz baja:
Ae, Anyra.
Zoe sintió deseos de dar palmas.
Ren, Anyra –dijo, y no pudo reprimir añadir con emoción, demostrando lo aprendido –: Ren, Isshia. Ren, Medv. Ren, Anyra.
Isshia sonrió con orgullo y realizó un amplio gesto circular mientras sentenciaba, en tono de bienvenida:
Amia, Zoe.