martes, 4 de julio de 2017

Victoria (IX): Una de cal y otra de arena

Era noche cerrada cuando un ruido sordo interrumpió mi sueño.
Me desperté entre desubicada y asustada, con el corazón latiéndome fuertemente bajo mi pecho. La negrura de la habitación era total, y me costó un buen rato acostumbrarme a ella y reconocer el camastro donde dormía y darme cuenta de que ya no estaba en la mullida cama con dosel de mi habitación.
Aturdida y hecha un manojo de nervios, auné fuerzas para levantarme y averiguar qué diablos había sido ese ruido. La cabeza me daba vueltas como una noria y me crujió todo el cuerpo al incorporarme, pero finalmente logré mantenerme firme como para coger mi móvil, que se encontraba a buen recaudo descansando bajo mi almohada, dura como una piedra, y activar una vez más la luz de su linterna.
La puerta de la chabola estaba abierta de par en par y se balanceaba ligeramente.
Me quedé completamente paralizada, sin saber cómo reaccionar. Alguien había entrado mientras dormía. ¿Para qué había querido alguien internarse en ese sitio tan cochambroso?
De pronto, tuve una iluminación.
¿Y si había sido el anterior dueño?
Salí de la casa impulsada por un arranque de valentía, y apunté con mi linterna a todas partes, esperando ver a quien quiera que fuese el autor de aquella incursión huyendo en la distancia, pero eso no sucedió. Desconcertada, volví al interior de la choza. Tal vez simplemente había sido el viento el que había abierto la puerta, tampoco sería extraño dada su calidad, traté de convencerme…
Sin embargo, cuando por instinto dirigí la luz del móvil hacia cada rincón de la habitación para comprobar que todo estaba en orden, descubrí que faltaba algo.
Aquel individuo me había robado el váter.
No tenía claro si tenía ganas de reír o de llorar. Aquel pedazo de cerámica no servía para nada, más allá de aparentar un recipiente donde hacer mis necesidades, pero descubrí para mi sorpresa que sin él me sentía completamente expuesta. Lo ridículo de la situación me hizo sentir impotente y estúpida a partes iguales. ¿Qué se suponía que tenía que hacer alguien si le robaban un inodoro que ni siquiera funcionaba cuya simple existencia ya era de dudosa legalidad?
No sé cuánto tiempo me mantuve allí, contemplando el hueco vacío que había dejado la ausencia del váter, hasta que una voz me sacó de mi ensimismamiento.
—¿Victoria Legacy?
A punto estuve de desmayarme del susto. ¿Quién diablos venía a verme a esas horas? Y, lo que era más inquietante, ¿cómo había descubierto que vivía allí?
Cuando me volví, la persona que encontré mirándome con aspecto inexpresivo era la última persona que esperaba y quería ver en aquella situación.
—¡¿Tiara Angelista?! –espeté, en un tono mucho más histérico que en el que me habría gustado hablar.
¿Cómo narices me había encontrado? Y, ¡¿qué hacía ella allí?!
Repasé mentalmente mi lista de contactos de ese día: Natalie Taylor, la agente inmobiliaria estafadora; el taxista imbécil que me había llevado a mi recién adquirido hogar; el hombre gordo con el que había intercambiado dos palabras en el casting; Champ Ward, el propietario del local de fiestas al que había ido a parar de casualidad; y Richie Striker.
Las únicas dos personas que conocían mi ubicación eran las dos primeras. Pero, aunque en el más remoto de los casos diera la casualidad de que fueran amistades de Tiara, cosa que veía muy improbable, ¿qué le había llevado a la productora de cine a buscar mi paradera e ir a visitarme en plena madrugada?
Eran muchas las preguntas que se agolpaban en mi cabeza como para poder discernir unas de otras y tratar de dar respuesta aunque fuera a una sola de ellas.
La mujer se quedó mirándome con cara de póker a través de unas gafas de sol totalmente innecesarias dadas las horas que eran, para luego pasar a contemplar sin ningún tipo de pudor la infravivienda en la que habitaba.
—Excéntrico –comentó.
—¿Te lo puedes creer? –me apresuré a replicar, poniendo en marcha de nuevo la máquina de mentiras –. Compras un solar y cuando te quieres dar cuenta ya te han levantado una chabola. He tenido que quedarme a pasar la noche para averiguar quién es el sinvergüenza que me ha ocupado el solar.
Tiara pareció hacer caso omiso de mis palabras.
—He venido personalmente a darte un puesto como extra para la película.
No sabía si me había quedado más anonadada por la noticia o por el hecho de que la mujer se presentara allí a esa hora como si aquello fuera la mansión de Twinbrook y fueran las cinco de la tarde.
—¿Perdona? –pregunté, estupefacta.
—Me has gustado. Tienes agallas y mente crítica. Actuar no es lo tuyo, pese a todas esas compañías de teatro en las que dices haber trabajado… Pero se nota que sabes de cine y que tienes ambición por llegar lejos en este mundo. Estoy aburrida de todas esas pánfilas que no analizan nada y que se creen que sólo por tener una cara bonita van a ser alguien en esta vida. Yo he trabajado mucho para llegar a donde estoy, y he visto en tu mirada que tú estás dispuesta a recorrer el mismo camino. ¿Cuántos años tienes?
—Dieciocho –respondí, tan atónita que me olvidé hasta de si era razonable decir la verdad en esa ocasión.
—Me recuerdas a mí hace unos años –contestó ella –. Esa fuerza en los ojos, ese carácter… Estás dispuesta a todo y no te vas a dejar pisotear para conseguirlo. ¿Me equivoco?
—N-no…
—Empiezas mañana. De una a siete de la tarde, de lunes a viernes, en el set que asignaremos cada día para la película. Si no estás puntual, no entras y no recibes paga ese día. Si te desempeñas bien y das la talla, te haré mi ayudante personal. Necesito a alguien con tu cabeza para asesorarme, y estoy harta de machitos que me digan lo que tengo que hacer. ¿Todo claro?
—S-sí, cristalino –dije, en un intento desesperado por recomponerme.
—Tengo un ojo puesto en ti, Victoria Legacy –me advirtió –. Espero mucho de ti.
—No la defraudaré, señorita Angelista –la aseguré.
—Te veo mañana –se despidió, y se perdió en la oscuridad de la noche.
Puse todas mis energías en mantenerme firme hasta que me aseguré de que Tiara había desaparecido, y a continuación mis piernas flaquearon y me desmoroné.
Ya me daban igual todos los misterios que rodeaban el suceso y que no dejaban de ser turbadores.
Tenía trabajo.
Y mi pésima actuación en el casting había llamado la atención de la jefa de producción más reconocida de Plumbob Pictures.
Ahogué un grito de alegría nada propio de mí y me sumergí entre mis sábanas para descansar todo lo que me fuera posible antes de mi primer día.


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