viernes, 20 de enero de 2017

Iván (III): 1998

La preciosa sonrisa de Clara recibió a Iván en el marco de la puerta.
—Hola –lo saludó con el rostro deslumbrante de felicidad.
Iván, como cada vez que la veía, sintió su corazón latir a mil por hora.
—Hola –contestó, algo más tímido de lo que le hubiera gustado.
—¿Es Iván? –se oyó una voz en la lejanía.
Clara rodó los ojos antes de gritar:
—¡Sí, mamá!
—¡Ay, voy corriendo a saludar!
La muchacha resopló e hizo entrar a su amigo, cerrando la puerta a su paso.
La madre de Clara no se hizo de rogar. En cuestión de segundos ya estaba en el recibidor de la casa, abrazando fraternalmente al chico.
—¡Madre mía, Iván, qué guapo estás! Has crecido desde la última vez que nos vimos, ¿verdad?
—Mamá, si le viste el fin de semana pasado –replicó Clara con un tono entre molesto y divertido.
—Chica, ¡con razón de más! Estos niños a estas edades no hacen más que crecer y crecer. ¡Hasta los veinte no paran!
—Mamá…
Iván soltó una risilla nerviosa.
—No he crecido, Isa, eres tú, que me ves con buenos ojos.
—¡Anda ya! –rebatió la mujer –. Y encima de guapo, humilde. ¡Si es que cómo no voy a querer a mi niño!
—Mamá… –protestó de nuevo Clara.
Isabel por fin se separó del chico, no sin antes propinarle un sonoro beso en la mejilla.
—Bueno, ¿qué hacéis? –preguntó, dirigiéndose a Iván –. ¿Vais a la habitación de Clara?
—No –intervino ella –, vamos a la salita de estar. Vamos a ver fotos nuestras de pequeños.
—¡Ay, qué buena idea! ¿Puedo verlas con vosotros?
Iván no pudo evitar sentir cómo su ilusión se hacía añicos y se descubrió deseando internamente que eso no llegara a suceder.
Afortunadamente, Clara estaba de acuerdo.
—Ya las veremos tú y yo en otro momento, mami.
—Bueno, está bien –aceptó ella a regañadientes –. ¿Queréis algo de merendar? ¿Un cola cao templadito, Iván? ¡Ay! –se interrumpió a sí misma de pronto –. Rodrigo trajo ayer unas napolitanas que están de muerte. ¿Os pongo unas pocas?
Iván adoraba a la madre de Clara, pero en ocasiones como aquella su excesivo entusiasmo por todo le saturaba un poco.
—No hace falta, gracias –sonrió modestamente –. Vengo merendado de casa. Por cierto, muchas gracias por el libro de biología, me has hecho un favor enorme.
—Ya sabes que si necesitas clases o lo que sea me lo puedes pedir, ¿verdad?
En ese momento, Clara se colgó del brazo de Iván.
—Bueno, mamá, nos vamos ya, que eres una plasta.
—Si cambiáis de idea sobre esas napolitanas me avisáis, ¿de acuerdo?
—Que sí, mamá –respondió la chica con hastío mientras arrastraba a Iván hacia el pasillo.
Clara cerró la puerta de la sala de estar tras de sí y se apoyó en ella, poniendo los ojos en blanco.
—Qué pesada que es mi madre.
—Qué va. Sólo es exageradamente simpática.
—Y tú exageradamente paciente.
«No lo sabes tú bien», pensó Iván, pero se limitó a sonreír.
Clara se acercó a una estantería y eligió un pesado álbum de la colección.
—1998 –leyó mientras se sentaba –. Aquí yo tenía un año y tú debías de tener tres.
Dio unas palmadas sobre el sofá, invitando a su amigo a sentarse a su lado, y procedió a abrir el álbum con emoción.
—¡Ay, mira qué monos éramos!
Iván se asomó al tomo y vio un par de fotos de ellos dos de pequeños, prácticamente idénticas. En ellas, los dos niños estaban sentados sobre la hierba, abrigados hasta las cejas y jugando con el manto de hojas secas que cubría todo en torno a ellos.
Iván no pudo evitar ahogar una risita.
—Pero si ni siquiera se te ve.
La Clara de las fotos era un bulto mullido de colores y abundantes tirabuzones castaños del que solamente se reconocían los dos luceros azules de su pequeño rostro.
—Mi madre ya debía de ser la paranoica que es hoy en día por aquel entonces. Fíjate, ¡si parezco un repollo multicolor!
Iván soltó una carcajada.
—A mí me pareces una bolita adorable.
—Tú sí que eras adorable. ¡Mira qué rubito!
Él suspiró.
—Qué lástima de pubertad.
—Anda, no seas bobo –replicó ella, pasando un brazo por los hombros de él y apretándolo cariñosamente contra ella –. Ni que estuvieras mal ahora.
Iván se volvió hacia ella, sorprendido, pero descubrió con decepción que su amiga estaba demasiado concentrada averiguando el contenido del álbum como para darle importancia a lo que acababa de decir.
—Mira, Iván, del día de Reyes.
Él se giró de nuevo hacia el libro y contempló cómo los dos niños pequeños que habían sido ellos abrían regalos entre un mar de globos, desbordantes de ilusión.
—Es verdad, antes lo celebrábamos juntos –comentó él.
—Sí, ¿te acuerdas? Siempre os veníais a dormir a casa y luego nuestros padres juntaban todos los regalos y se tiraban toda la noche inflando globos y decorando el salón para hacerlo lo más mágico posible.
—Qué buenos tiempos… –suspiró él con algo de amargura.
Iván fue incapaz de impedir que su cabeza hiciera de las suyas, imaginándose que en esos momentos seguían manteniendo esa tradición y despertando junto a Clara en la mañana del día de los Reyes Magos…
—Mira –la voz de Clara interrumpió sus pensamientos.
Iván rehuyó las imágenes de su mente y se concentró en la foto que señalaba Clara.
Casi se le paró el corazón.
La fotografía había sido tomada en un parque, frente a unos columpios, en una mañana con un cielo tan azul que resultaba casi sobrecogedor. El sol bañaba la imagen con fuerza y, en el centro de ella, un Iván de entonces tres años se inclinaba para besar en los labios a la pequeña Clara del pasado mientras jugaban con cubos y palas.
Iván se quedó petrificado durante unos segundos que se le hicieron eternos, sin saber cómo reaccionar. Aquello que tenía frente a sus ojos, inmortalizado en aquel invierno de 1998, era justo lo que llevaba deseando en secreto durante tanto tiempo que había perdido la cuenta, y acababa de descubrir que, de hecho, ya había sucedido.
Miró de reojo varias veces a Clara, esperando algún tipo de movimiento por su parte en un intento de averiguar cómo debía actuar él, pero ella sólo seguía observando la foto, embobada, como si los críos que la protagonizaban nada tuvieran que ver con ellos.
—No me acordaba de esta foto –dijo finalmente, como ensimismada en sus pensamientos.
—Yo no sabía de su existencia –se apresuró a coincidir Iván con torpeza.
Acto seguido se arrepintió. ¿Por qué intentaba justificarse? ¿Acaso trataba de desentenderse de aquello como si sólo por el hecho de dejar claro que no había sido consciente de ello no hubiera pasado? Por supuesto que no era consciente, ¡tenía tres años! Los nervios comenzaron a apoderarse de Iván y éste se sorprendió a sí mismo temiendo absurdamente que ella lo rechazara y sintiéndose a su vez tremendamente estúpido por ello, como si ese beso acabara de tener lugar diez segundos antes y no catorce años atrás.
Pero Clara hizo caso omiso del comentario de Iván y siguió a lo suyo.
—¡Qué monos éramos! Esta foto podría estar en cualquier marco de cualquier tienda, ¿verdad?
En ese momento, Clara se volteó hacia Iván con su radiante sonrisa, buscando una respuesta en él y, sin pretenderlo, quedándose tan cerca del chico que éste se sintió desfallecer.
Él fue a responder a su sonrisa, pero, de pronto, la fotografía vino a su cabeza como un centellazo y se percató con horror de que entre esa escena y la que estaba viviendo en esos instantes únicamente distaban unos centímetros.
El corazón de Iván comenzó a galopar como si se hallara en la recta final de una carrera de caballos, siendo consciente de que, de un segundo para otro, el momento con el que tanto había soñado había pasado de quedar totalmente fuera de su alcance a poder hacerse realidad. Sudores fríos bañaron todo su cuerpo, y miles de pensamientos de todo tipo lo atravesaron como balas, dejándolo totalmente paralizado. Sólo tenía que acercarse un poco y…
Pero no, ella no le iba a corresponder. ¿Cómo iba a hacerlo? Era su amiga de la infancia, ella lo veía como a un hermano mayor. Y no podía hacer eso, no podía arriesgar la relación tan especial que tenían… ¿Qué decía, arriesgar? No era un riesgo, era una realidad. Ella no volvería a mirarlo a la cara, la perdería para siempre, y, ¿qué iban a hacer sus dos familias en adelante? No, era una locura. No pudo evitar imaginarse la reacción de Clara de las maneras más horribles y humillantes posibles, a cada cual peor que la anterior.
Así que, disimulando sus ganas como buenamente pudo, Iván le dedicó a Clara la sonrisa más relajada que fue capaz de expresar y retiró la mirada de ella para fingir que seguía contemplando las fotos durante lo que quedaba de tarde… sin llegar a tener ni idea de hasta qué punto se arrepentiría de esa decisión en adelante.


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