jueves, 17 de marzo de 2016

El camino correcto

Llega un momento en tu vida en el que cualquier consejo o frase motivadora que puedas recibir del exterior deja de aplicar.
Si algo he aprendido últimamente es que no hay una sola solución para un mismo problema, y hay veces que ni siquiera hay solución. No existe una verdad generalizada a la cual te puedas agarrar como un clavo ardiendo, pensando que de esa manera solucionarás mágicamente tu vida. Mucha gente se cree en la potestad de decirte lo que debes o no hacer dadas unas determinadas circunstancias, y, aunque sea con buena intención y lo digan con un convencimiento absoluto, esto no quiere decir que lo que según ellos debas hacer sea lo que tú necesites hacer. Y esto sucede porque cuando te aconsejan, no lo hacen pensando en ti, no se ponen realmente en tu piel e intentan pensar y sentir como tú lo haces, sino que piensan en lo que ellos mismos harían en tu lugar… Claro, que tampoco tienen ni idea de cuál es tu lugar realmente, porque es muy fácil quedarse en la perspectiva cómoda de contemplar el problema desde lejos.
Todas las complicaciones que te puedan surgir en la vida se circunscriben a un contexto y una situación concretos. Esto quiere decir que puede que para un problema cuya solución pueda parecer obvia, en realidad puede que no lo sea tanto. ¿Acaso saben lo que piensan o sienten las personas implicadas, saben cómo son y cómo reaccionan ante los problemas y saben por qué momento de su vida están pasando como para juzgar lo que es correcto y lo que no? Por mucho que te esfuerces en explicarle a alguien los detalles de tu problema, por mucho que tengas la capacidad de expresar en palabras tus sentimientos y por mucho tiempo que inviertas en contarle a alguien la historia de cómo has llegado hasta el punto en el que estás, siempre va a haber cosas que se escapen tanto a tu entendimiento y conocimiento como a los de la persona que te intenta (o no) ayudar. Y esto no es porque no les importe aquello por lo que estás pasando (o tal vez sí, también hay que considerar esa posibilidad), sino porque, hasta en el supuesto caso de que fueras capaz de expresarte con la suficiente claridad como para transmitirle a alguien lo que te está pasando por dentro, siempre lo van a mirar desde el prisma de su experiencia. Y la voz de la experiencia es una voz peligrosa, porque puede que esa voz sea la de alguien que ha perdido la fe en la vida. 
Aunque este no fuera el caso, la gente, y me incluyo, tiende a pensar que otras personas, en el supuesto de que se sientan igual, reaccionarán igual ante un mismo problema, y para nada esto es cierto. Alguien echado para adelante le plantará cara al problema y se devanará los sesos día y noche hasta encontrar una solución. Alguien inseguro e indeciso se devanará los sesos como el primero, pero nunca logrará averiguar cuál es la solución al problema y se quedará estancado en él. Alguien abierto y transparente hablará con muchas personas para que le intenten ayudar. Alguien cerrado y hermético intentará solucionar el problema por sí mismo y, además, procurará que nadie se entere de que tiene un problema. Hay gente que tiene una capacidad de expresión fantástica, y hay gente que es incapaz de ponerle palabras a lo que le pasa por dentro. Y hay gente que tiene muy claros sus sentimientos y gente que por mucho que intente entenderse a sí mismo no llega a tener jamás ni puñetera idea de lo que quiere o siente. Dependiendo de con qué tipo de persona te topes, puede que lo que a simple vista parezca que sucede no tenga absolutamente nada que ver con lo que está pasando en realidad, y esto es un factor muy importante que la gente suele pasar por alto.
No digo que haya que menospreciar la opinión de los demás, al contrario, porque siempre he pensado que cuantas más opiniones recibas y más diferentes sean, mejor. Ya no solo porque resulte muy útil para uno mismo contrastar puntos de vista de distintas fuentes y sacar tus propias conclusiones, sino porque sencillamente a veces necesitas sacar lo que llevas dentro, o recibir criterio de alguien que ve las cosas desde fuera para asegurarte de que no te vuelves loco y de que no te estás ahogando en un vaso de agua. Pero que eso no te impida valorar las cosas desde tu posición, porque al fin y al cabo eres tú el que las está viviendo y eres tú el único que sabe con certeza qué siente y qué necesita para volver a estar bien.
Hay un consejo muy recurrente ante muchas situaciones que es: “pasa del tema”. Lo ideal, si fuera posible. Pero, desgraciadamente, simplemente porque te digan esta frase no te curan. A veces cuesta poco, pero otras veces cuesta mucho, mucho tiempo “pasar del tema”. Y, a veces, por mucho que te esfuerces, nunca acabas de “pasar del tema”. Entonces, si no pasas del tema nunca, ¿qué sucede? ¿Acaso es que no eres lo suficientemente fuerte? ¿Acaso es que estás roto y no eres capaz de hacer las cosas “bien”? 
Ni una cosa, ni la otra: eres humano y, te digan lo que te digan, es completamente lícito no ser capaz de superar algo, porque eso simple y llanamente significa que fue tan importante para ti que aún te sigue doliendo. Y puede que abandonarte al pasotismo haga que, con el transcurso del tiempo, logres que el dolor remita… Pero siempre quedará ahí la cicatriz, y lo malo de las cicatrices es que forman parte de ti y es imposible olvidarlas.
Tenemos una imagen preconcebida de que el fuerte es aquel al que no le duelen las heridas y que es capaz de continuar con su vida pase lo que pase. Y, sin embargo, creo que a veces el más fuerte no es el menos débil, sino el que es capaz de mirar a los ojos a su dolor y hacer lo que sea para curar esas heridas, por mucho que escuezan. Porque la realidad de la vida es que “el fuerte”, el que “siguió adelante”, fue un cobarde y se rindió. Y por las mañanas se levanta y continúa con su vida, pero por las noches, en la soledad de su cama, la incertidumbre del qué pudo pasar le sigue atormentando, y no puede evitar que esas heridas que en su día simuló ignorar sangren como el primer día.
A veces el camino correcto no es el más evidente, ni es el más fácil. A veces, ni siquiera es el correcto. Porque el único camino que debes seguir es el que en el fondo de tu ser sabes que necesitas seguir. Y la gente se empeñará en guiarte por caminos lisos y rectos, sin obstáculos, para que no te hagas daño. Pero, a veces, por paradójico que suene, es que necesitas hacerte daño para poder curarte. A veces, sencillamente no estás dispuesto a rendirte. Que la gente diga lo que quiera, que digan que eres un kamikaze y que estás loco por meterte por todo el puñetero medio de un bosque de espinas, pero si arriesgándote a salir peor parado es la única opción que tienes para liberarte de una carga que no estás en la obligación de llevar durante todo el resto de tu vida, si te puedes librar de convertirte en un alma en pena compañero de piso del demonio de la incertidumbre… Pues a la mierda. A la mierda el miedo, a la mierda el orgullo, y a la mierda la opinión de los demás. Y sí, podría ignorar mis heridas, podría dejar que cicatrizasen solas y bordear seguramente el bosque de espinas… Pero es que yo quiero curarme.
Al final, da igual qué te digan ni quién te lo diga. Olvídate de estigmas, no existen los caminos correctos e incorrectos, y olvídate de pensar que alguien que no seas tú te va a solucionar la vida con una frase mágica. Lo único que te puede aportar alguien externo a ti son herramientas para ayudarte a entenderte mejor y averiguar qué es lo que quieres y lo que necesitas para poder salir de tu agujero. Porque al final, lo único que importa, lo que verdaderamente importa, es que tú estés bien, y nadie más que tú mismo puede saber cuál es el camino que debes seguir para que eso suceda.