jueves, 14 de enero de 2016

Victoria (V): El casting

Victoria, ¿no? –dijo una de las mujeres que se hallaba tras la mesa, estudiando mi cuestionario.
Asentí enérgicamente.
Premio a la mejor actriz en el instituto durante varios años consecutivos, has participado en varias obras con compañías de teatro, has hecho giras por todo el país... –me miró directamente a través de sus impolutos cristales . ¿Quién diablos es Tom Allen?
La mujer que me observaba rozaría la cuarentena y era tan delgada y estilizada que costaba creer que sus huesos no se quebraran sobre sí mismos. Tenía la tez pálida, el pelo castaño claro corto como si fuera un chico, pero con un flequillo de peluquería, y los ojos algo rasgados del mismo color. En su rostro destacaban unos pómulos marcados y se atisbaban indicios de posibles retoques quirúrgicos (no podía ser que esa nariz y esos labios tan perfectos fuesen suyos, además de no tener ni rastro de arrugas). No se podía apreciar bien estando sentada, pero parecía bastante alta.
Y también una estirada de campeonato.
Es uno de los más grandes en Twinbrook –contesté.
Por supuesto de Tom Allen lo único que había verídico era el nombre, que lo había tomado prestado de un compañero del instituto con el que nunca tuve demasiada relación.
Ah, Twinbrook –replicó, y en su voz se apreció claramente una nota de desprecio.
«Seguro que ni siquiera sabías que existía», pensé, aunque me moría por decirlo en voz alta.
La mujer continuó leyendo mi retahíla de logros completamente ficticios, aparentemente sin prestar demasiada atención. Me hubiera jugado un brazo a que sus ojos saltaban de un párrafo a otro casi aleatoriamente, hasta que decidió que ya había tenido suficiente y apartó el montón de papeles a un lado sin poner mucho cuidado.
Bien, veamos qué sabes hacer.
Respiré hondo, repasando a toda velocidad las líneas que me habían hecho aprender minutos antes.
«Vamos, Victoria, mientes como si te pagaran por ello, esto no puede ser muy distinto», me infundí ánimos a mí misma.
Me tuvieron durante un buen rato recitando frases de una película y de otra (la mayoría de ellas nada tenían que ver con el género del filme por el que me estaba presentando), gritando y gimoteando como una histérica y corriendo de un lado para otro para comprobar mi resistencia física. También me pidieron que les mostrase diferentes expresiones faciales y más tonterías de las que no entendí demasiado bien el motivo, hasta que mi nueva y estirada amiga declaró que era suficiente.
La mujer invirtió los siguientes segundos en estudiarme de arriba a abajo, hasta que finalmente habló.
¿Cómo decías que te llamabas?
Victoria –respondí, algo molesta . Victoria Legacy.
Y dime, Victoria Legacy, ¿por qué crees que deberíamos contratarte?
Ni sé de dónde salió lo que a continuación salió de mis labios, pero no titubeé ni un instante cuando dije:
Porque me necesitáis.
La mujer y sus dos compañeras alzaron las cejas, visiblemente sorprendidas ante mi respuesta. Yo también estaba algo sorprendida, a decir verdad.
Y, si puede saberse, ¿por qué te necesitamos, Victoria Legacy? –quiso saber ella . ¿Qué te hace pensar que has actuado mejor que los otros cientos de personas que han pasado por aquí antes?
¿Actuar? No, hombre, no, no me refiero a eso. Yo qué sé si he actuado mejor o peor que nadie. Me refiero a esto –dije, dirigiéndome de nuevo a la mesa donde poco antes había dejado mis frases y sosteniéndolas en alto . El guión es una basura. El diálogo es insípido, las escenas intrascendentes, y, ¿se puede saber de dónde habéis sacado estas frases? No he leído nada más estúpido en mi vida. Creía que Plumbob no se permitía este tipo de bodrios.
Las mujeres que se hallaban al lado de mi principal interlocutora se giraron hacia ella, visiblemente afectadas, como pidiendo hablar, pero ella levantó una mano y me observó a través de los cristales de sus gafas con los ojos entrecerrados.
¿Acaso sabes con quién estás hablando?
Me encogí de hombros, aparentando que poco me importaba, aunque por dentro temía haberme pasado de la raya.
Soy Tiara Angelista, una de las productoras más aclamadas de Plumbob.
Madre de Dios, pensé, comenzando a notar cómo sudores fríos circulaban por mi espalda. Conocía de sobra la trayectoria de Tiara Angelista, y no podía creer que acabase de soltarle lo que precisamente acababa de soltar a uno de mis ídolos en la industria del cine. Si no la había reconocido anteriormente había sido porque jamás había visto una fotografía suya, además de que al estar a la sombra no era una cara demasiado conocida de puertas para afuera.
Pensé en la posibilidad de disculparme, pero dadas las circunstancias ya era tarde para echarme para atrás. Le sostuve la mirada y, sin dejar que me temblara la voz, respondí:
En ese caso no debería molestarle lo que he dicho. Usted es productora, no guionista. No dudo de que sabrá hacer un gran trabajo con esta bazofia, pero eso no logra que argumentalmente deje de ser lo que es.
Durante lo que a mí me pareció un lapso de tiempo eterno, Tiara no dijo nada. Se limitó a mirarme con una expresión indescifrable mientras yo mantenía como podía la compostura, con la cabeza bien alta y preparada para cualquier cosa que pudiera decirme. Finalmente, ella volvió su mirada a los papeles que tenía en la mesa y, sin demostrar un ápice de molestia, como si nada de aquello hubiera ocurrido, dijo:
Es suficiente. Lauren, acompáñala a la salida.



sábado, 2 de enero de 2016

360 Grados

¿Conocéis esa sensación que se tiene cuando sientes que todo ha cambiado muchísimo, pero en el fondo no lo ha hecho en absoluto? Lo que sería dar un giro completo de 360º: tu vida ha dado un vuelco enorme, pero sigues en el mismo sitio en el que estabas al principio. Pues, para mí, eso es lo que ha sido el año 2015: un giro de 360º.
Es una sensación extraña, ciertamente. Si me pongo a analizar, aparentemente no ha sucedido nada interesante en mi vida este año. Sigo estudiando la misma carrera, sigo teniendo los mismos amigos que en 2014, he seguido trabajando en las mismas cosas, intentando desarrollar los mismos proyectos personales… Sentimentalmente ha sido un año totalmente plano, sin telenovelas ni emociones fuertes. Si preguntas a la gente que me conoce más, seguramente todos te dirán que soy la misma persona que en enero de 2015. He viajado más que otros años, eso sí, pero podría decirse con total calma que acabo al año tal cual lo empecé.
Y, sin embargo, para mí todo es distinto.
Es curioso que sienta todo más cambiado ahora que el año pasado. 2014 fue un año repleto de emociones, de cambios muy radicales y de giros argumentales inesperados. Salí mucho, conocí a mucha gente nueva y me marqué horizontes nuevos. Mi día a día era una locura constante. Pero, es ahora, en la calma tras la tempestad de 2014, cuando todos esos acontecimientos que me limité a vivir y que me sacudieron por dentro se han ido asentando y han cobrado un significado.
A veces necesitas dar un alto en el camino y pararte a analizar todo lo que ha ocurrido y lo que te está ocurriendo. ¿Es esto que estás haciendo ahora lo que quieres? ¿Es este el camino que te acerca más a la meta que persigues? ¿Son estas las personas que quieres a tu lado? ¿Eres tú la persona que quieres ser?
Sin duda 2015 no habrá sido el año más increíble ni emocionante de mi vida, pero sí uno de los más importantes, porque ha sido con diferencia el año en el que he experimentado una mayor evolución personal. He pasado mucho tiempo conmigo misma, conociéndome, analizándome y desgranando cada uno de mis pensamientos, de mis sentimientos y de mis aspiraciones y, después de tantas horas de reflexión, puedo afirmar con total convicción una cosa: soy la misma chica que he sido siempre, pero mejor.
Mejor porque por primera vez en mi vida puedo afirmar que casi en la totalidad de los casos no me importa una mierda lo que piensen de mí los demás. Porque no necesito que nadie me diga que soy alguien increíble para creérmelo. Por fin he comprendido que no soy diferente a nadie, aunque me haya sentido diferente toda mi vida, porque todo el mundo es diferente, y en el fondo nadie lo es. Porque por fin he entendido que el hecho de ser o sentirme diferente no me hace ni mejor ni peor que nadie, que simplemente soy una persona como otra cualquiera con sus alegrías, sus penas, sus deseos, sus ilusiones, sus miedos y sus inseguridades, y que cada uno enfoca todo esto de una forma personal y distinta. Por fin he admitido que, pese a lo que me he esforzado en creer, yo también tengo prejuicios y he infravalorado a muchas personas sin saber quiénes eran realmente. He aprendido que no hay un solo motivo en este mundo lo suficientemente fuerte para avergonzarse de uno mismo ni de los demás, y que por mucho que cueste no debes formarte ninguna imagen de nadie sin antes darte la oportunidad de conocerlo. He aprendido que nadie es como es por motu propio, que todos tienen una historia detrás y un mundo dentro que les han llevado a ser como son y a actuar como actúan. Que no es tan difícil entender a los demás si te tomas la molestia de intentarlo, y que todos se merecen una segunda oportunidad. Que perdonar es mucho más fácil cuando te das cuenta de que tú tampoco eres perfecto.
Por fin he reconocido que he sido mucho más hipócrita e inmadura de lo que me gustaría, que no he admitido perdón en ocasiones en las que si me pongo a pensarlo tal vez yo tampoco habría logrado hacerlo de la mejor forma, y que he denunciado y criticado actitudes que yo también he tenido. He aprendido que el contexto es determinante para entender las razones por las que las personas actúan como lo hacen, y que hay muchas cosas que tachamos de inmorales porque no entra dentro de nuestra cultura, y en realidad tampoco lo son. He aceptado que hay errores de los que me siento orgullosa, no solo porque me han llevado a la persona que soy hoy, sino porque, pese a que objetivamente estuvieron mal, honestamente a mí me gustó cometerlos y lo volvería a hacer. He aprendido que es lícito equivocarse y nunca demasiado tarde para pedir perdón, y que el orgullo es un arma de doble filo de la que casi siempre es mejor deshacerse. He comprendido que hay muy poquitas cosas que realmente son importantes y que muchísimas que lo parecen ni siquiera se acercan a serlo. Que hay muchas cosas que la gente llama defectos y lo cierto es que no lo son, aunque tampoco sean virtudes, tan solo características. Que no pasa nada por admitir tus imperfecciones, que intentar quedar bien delante de los demás y justificarse constantemente es una pérdida de tiempo y que solo tienes que dar explicaciones de lo que haces y dejas de hacer si realmente te apetece hacerlo. Que hay tantas cosas que no son para tanto… He aprendido que, seas como seas, está bien, y que lo único que tienes que cambiar es aquello que te aleja de ser la persona que tú quieres ser.
He aprendido que las etiquetas son cómodas, pero no útiles. Que los estereotipos no existen y que hay mucho más detrás de unos simples nombres y adjetivos. Que la forma en la que vistas, te peines, te maquilles, a qué dediques tu tiempo libre, el hecho de que seas hombre o mujer, lleves tatuajes, piercings, el pelo de colores o no trabajes tu imagen en absoluto no define la persona que eres, y que hay muchas más personas aparentemente muy diferentes a ti que podrían ser grandes amigos tuyos de los que te piensas. Que hemos avanzado mucho, pero la intolerancia y la superficialidad siguen estando a la orden del día. Que el postureo siempre es bien recibido, pero oye, tampoco hay nada de malo en ello. Que las personas con las que estás o dejas de estar solo te atañen a ti, que nadie tiene ni tendrá nunca poder para decidir qué es lo que tienes que hacer y que las opiniones no pedidas casi nunca son bien recibidas. He aprendido que hay muchas cosas por las que no merece la pena discutir y casi nada por lo que merezca la pena ofenderse o angustiarse, pero que, al igual que no debes dejar que nadie te imponga nada, tú tampoco debes imponer tu criterio a los demás. Que nadie tiene razón ni posee la verdad absoluta, ni siquiera yo. Que eres plenamente libre de hacer aquello que consideres y que nada debe pararte.
He aprendido que es más sano no depender de nadie y no dejar que la felicidad de los demás dependan de la tuya, pero que compartir tu felicidad con los demás sigue siendo igual de mágico. Que el amor sigue siendo de lo más importante en la vida, pero no solo sentirse amado por aquellos a los que amas, sino también el amor propio y la propia acción de amar. Que las victorias son más victorias si hay alguien con quien puedas celebrarlo y las derrotas menos derrotas si hay alguien con quien puedas llorarlas, pero que tampoco pasa nada si hay momentos en los que te toca vivir ambas cosas solo. He aprendido que la soledad y la tristeza están infravaloradas, que se puede disfrutar y aprender mucho estando con uno mismo y que es necesario permitirse estar triste para liberarse por dentro, desahogarse y poder entrar en un estado de ánimo más apropiado para poder seguir adelante. Que negar tus sentimientos te destruye por dentro y que el tiempo y la distancia son titanes fuertes, pero no invencibles.
Por fin encontré a aquellas personas a las que quiero seguir teniendo a mi lado pasen los años que pasen y con las que este año he tenido el privilegio de consolidar la amistad, personas a las que admiro y quiero como nunca he admirado y querido a nadie y por las que vivo tanto sus éxitos y alegrías como ellos mismos, personas a las que tengo tantas cosas que agradecer que por más que hablase de ellas me quedaría corta. Por fin me he dado cuenta de que había personas que no me aportaban nada y he desechado de mi vida, y me he quedado con lo esencial, al igual que he admitido y aceptado que hay personas que tal vez ya no me quieran tener en la suya, y tampoco es culpa de nadie. He aprendido a aceptar que las historias se acaban por definición, y que eso no quita lo bonitas ni especiales que pudieron llegar a ser ni merecen ser olvidadas o menospreciadas simplemente porque hayan llegado a su final. Que hay personas a las que nunca dejaré de querer ni agradecer lo que me enseñaron pese a que ya no están y que, por mucho que desearía que no fuera así, seguiré echando de menos indefinidamente y deseando que algún día regresen. Que hay canciones que me siguen moviendo el alma aunque hayan pasado años desde que las escuché por primera vez y que hay otras que con el tiempo puede que no me atreva a escuchar de nuevo. Y que hay personas que he conocido durante este año que el que viene me gustaría tener el orgullo de poder decir que son mis amigas.
Sigo reafirmándome en que debo tener presente mi origen para no olvidar quién soy y a dónde quiero llegar, por mucho que me aleje de él, y sigo creyendo que la paciencia es la mayor virtud que uno puede tener y la constancia el ingrediente más difícil para ver cumplidos tus propósitos. Sigo siendo igual de terriblemente vaga, pero cada día tengo más voluntad e ilusión para vencer al peor de mis defectos y cumplir con mis promesas, porque sigo teniendo las mismas ganas de exprimir cada momento y comerme el mundo que cuando era una niña. Sigo considerando un piropo que me digan que estoy loca y sigo teniendo muy poca vergüenza para subirme a bailar a cualquier parte y cantar a grito pelado por la calle. Sigo hablando por los codos pese a que me regañen por ello y sigo sin ser una persona de muchos secretos aunque no tenga problema en guardar los de los demás. Sigo pensando que escribir es mi mejor herramienta para expresarme y que ponerle palabras a lo que sientes es el primer paso para encontrarle un sentido y una solución a tus problemas. Sigo enviciándome a los mismos videojuegos que cuando era pequeña y comprándome las nuevas versiones de los mismos, y sigo soñando despierta a todas horas, exactamente los mismos sueños de mi infancia. En definitiva, y como decía, sigo siendo la misma chica de siempre, pero con una diferencia fundamental: que ya no reniego de quien soy, ni tengo miedo de mostrarme de esta manera, sino más bien al contrario, me encanta ser así y solo espero estar con aquellos a quienes también les encante. Ya no voy a olvidar jamás a la niña que fui y, aunque siga evolucionando y aprendiendo y mi forma de ver las cosas evolucione y cambie conmigo, espero no crecer nunca y seguir teniendo la misma ilusión, alegría y pocos complejos y prejuicios que esa niña de la que tanto me enorgullezco de haber sido.
Sé que este que acaba de terminar no va a ser el único año en el que voy a experimentar este tipo de evolución y aprendizaje, y que puede que dentro de unos años mi forma de ver la vida ya no tenga nada que ver con la que tengo ahora, pero siempre atesoraré 2015 como un año especial: el año en el que me atreví por primera vez a ser yo misma de verdad.
Feliz 2016.