martes, 28 de noviembre de 2017

Iván (V): Inoportuno

Clara estaba radiante.
Era lo único en lo que podía pensar mientras la veía caminar a su lado por el parque, con esa sonrisa de oreja a oreja y el rostro iluminado por una felicidad como Iván no le había conocido antes. Hasta su melena de tirabuzones castaños parecía brillar con luz propia al tiempo que se mecía con el suave balanceo de sus pasos. Y sus ojos... los océanos de sus ojos reflejaban hasta al mismo sol como si de dos hermosos espejos se trataran.
Tras la dura revelación, la muchacha había insistido en verse en persona ese mismo día para poder contarle a su amigo de la infancia todos los detalles... y, por primera vez en la historia, a Iván no le había apetecido nada aceptar la invitación. Sin embargo, tras mostrarse algo reticente al principio con un humor que no estaba muy seguro de saber de dónde lo había sacado, al final había acabado por recoger los pedacitos rotos de su corazón y había accedido a verla. Al fin y al cabo, aquello hacía enormemente feliz a Clara y, aunque el hecho de que fuera otra persona la que provocaba todo eso en ella le laceraba las entrañas y le producía en la boca del estómago una rabia muy difícil de digerir, nada le hacía más feliz que verla feliz a ella. Y, a pesar de que no hubiese sido así, de entre todas las personas con las podría haber compartido esa felicidad en ese momento, lo había escogido a él. No podía defraudarla.
Así que en esos instantes se hallaba a su vera, observándola resplandecer cual estrella mientras paseaban por el parque que conectaba sus casas.
Se sentía tremendamente idiota por haber llegado a pensar que tenía una oportunidad con la muchacha, pero la losa de la realidad lo había aplastado con una lógica tan obvia que le resultaba hasta insultante.
¿Qué había esperado? Ella era preciosa, dulce, inteligente, divertida... y él...
Bueno, él sólo era Iván.
¿Qué le había hecho pensar que alguien tan increíble como ella, pudiendo tener a quien quisiera, iba a querer tenerlo a él? Tenía ganas de gritar, de llorar, de romper cosas, de enterrarse en un agujero y no salir nunca más de él. Pero, en vez de todo eso allí estaba, devolviéndole la sonrisa al amor de su vida mientras ella le contaba la historia que la alejaba de él definitivamente.
—Bueno... –carraspeó, en un intento de disimular su pastosa voz, aparentando un buen humor que estaba muy lejos de sentir –. ¿Quién es el afortunado, entonces?
La sonrisa de Clara se ensanchó aún más, si es que eso era posible.
—Se llama David –contestó, radiante –. Lo conocí este fin de semana pasado, y es monísimo.
Iván le devolvió la sonrisa para ocultar su dolor.
—Estaba con Marina y Alba tomando un batido en el Tommy Mel's y él estaba unas cuantas mesas más allá con sus amigos –prosiguió ella, y procedió a relatarle lo ocurrido.
Clara lo describió como si de una película romántica se tratase. El muchacho en cuestión no había dejado de mirarla desde su posición, ganándose alguna burla por parte de sus amigos, hasta que finalmente había dado el paso y se había acercado a ellas. Clara había estado convencida de que quien había llamado la atención del chico había sido su amiga Alba en vez de ella, pero su sorpresa había sido mayúscula cuando éste se había dirigido a la joven directamente tras saludar brevemente a las otras dos chicas. Después de preguntarle el nombre a ella y presentarse, le había dicho:
—Sé que esto es raro, y no quiero molestaros, pero llevo un rato viéndote y no quiero irme de aquí y arrepentirme de no haberte conocido, así que... –en ese momento había sacado el móvil del bolsillo y se lo había tendido a la boquiabierta muchacha –, ¿quieres que nos veamos alguna vez?
Clara no había cabido en sí de la sorpresa y la confusión. Nunca en su vida había vivido algo ni remotamente parecido, por no decir que, hasta ese momento, ningún chico se había fijado en ella, por lo que no tenía ni idea de cómo reaccionar ante una situación así. Se había quedado petrificada, alternando la vista entre el muchacho que se erigía ante ella y sus amigas, quienes no cesaban de apremiarle a que diera el paso con expresiones demasiado evidentes. Finalmente, y más movida por un impulso que por una decisión racional, había tomado el móvil del chico y apuntado su número.
—Clara, ¿no? –se había asegurado el muchacho mientras recuperaba su teléfono.
Ella había asentido con la cabeza, incapaz de proferir palabra, a lo que él había correspondido con una encantadora sonrisa.
—Esta noche sabrás de mí –había prometido y, tras disculparse ante las otras dos presentes, había regresado a su mesa, donde su pandilla lo había recibido entre mofas y ovaciones.
Y había cumplido su promesa. Esa misma noche había escrito a Clara.
—Al principio estaba asustada –le confesó la chica –. No sabía qué esperar, no sabía quién era y me daba miedo que... –carraspeó, enrojeciendo levemente y dejando la frase en el aire –. Pero, una vez empezamos a hablar, se me pasaron todos los nervios. David es tan mono...
Iván sentía hervir la sangre en su interior, pero se obligó a mantener la compostura y esperó a que Clara terminara de contar la historia.
—Estuvimos hablando durante horas, y al día siguiente quedamos a solas. Me dijo que el día anterior no podía dejar de pensar en que le hubiese gustado compartir ese batido conmigo... así que me llevó al mismo Tommy Mel's y eso hicimos.
Hizo una pausa, durante la que Iván forzó una nueva sonrisa para mostrarle a la chica que estaba emocionado por ella.
—Estuvimos toda la tarde hablando, y fue genial. David fue súper cariñoso conmigo... Me escuchaba súper atento, le importaba lo que le contaba… –cada frase que ella pronunciaba era un nuevo latigazo para él –. ¿Sabes? Te sonará raro, porque sólo le conocía de hacía un día, pero tenía la sensación de que verdaderamente yo le importaba y de que se preocupaba por mí.
—Me alegro mucho, Clara –respondió Iván, escondiendo su creciente escepticismo bajo una capa de dulzura fingida –. Te mereces a alguien así.
Ella le sonrió, agradecida, y el corazón de Iván dio un vuelco antes de estallar en mil pedazos.
Carraspeó.
—Así que... –comenzó a hablar, formulando la pregunta obligada que ni por lo más remoto deseaba hacer –. ¿Estáis juntos?
Clara se encogió de hombros, y sus mejillas se tiñeron de un suave tono rosado.
—Algo así. No lo sé, en realidad. No me ha pedido salir, pero, cuando acabó la tarde, me acompañó a casa y me dijo que quería besarme. Yo también quería, pero nunca he besado nadie, y estaba muy nerviosa... Así que él me dijo que no me sintiera forzada, que lo haría cuando yo me sintiera preparada. ¿No es adorable?
Aquello era mucho más de lo que Iván podía soportar. Simuló una tos prolongada para apartar la mirada y que ella no lo viera derrumbarse y trató de recuperar el control sobre su cuerpo.
—¿Estás bien? –preguntó ella, preocupada.
Él hizo un gesto para indicar a Clara que no se acercara y dio media vuelta para toser a gusto sin que ella viera las lágrimas de rabia que se estaban acumulando entre sus párpados. Se sentía morir por dentro por tantas razones que lo único que era capaz de hacer era desear que se lo tragara la tierra y aparecer en una realidad paralela en la que jamás hubiera conocido a la chica. Mientras se alejaba y tosía, solamente podía pensar en intentar averiguar la manera de huir de esa situación y volver a casa. Definitivamente, estar con Clara en esos momentos era lo último que necesitaba.
Pronto, el hecho de concentrarse en hacer sonar su tos convincente lo hizo distraerse de todo lo demás lo suficiente como para volver a tomar las riendas de sus emociones. Tranquilamente, fue mitigando su carraspeo, se limpió disimuladamente las lágrimas y se volvió hacia la chica con una sonrisa.
—Llevaba reteniéndola un montón de tiempo para no interrumpirte –mintió con una sonrisa entre los labios –, y al final, fíjate, me sale en el momento más inoportuno.
Clara lo observó con recelo.
—¿Estás bien de verdad?
—De verdad –confirmó Iván cálidamente –. Siento haber roto el momento.
Ella dejó entonces escapar una risilla.
—No te preocupes –dijo, acercándose a él y apretándole la mano con suavidad –. Sueles ser inoportuno.
Iván rió amargamente y, antes de darse tiempo a dotar las palabras de la chica de un significado más profundo, la tomó de los hombros y la miró a los ojos.
—Me alegro muchísimo por ti, de verdad –insistió.
El mar de zafiro de sus ojos relució con intensidad. Antes de que pudiera darse cuenta de lo que estaba pasando, Clara salvó la distancia que los separaba y lo abrazó con fuerza.
—Gracias, Iván. Eres el mejor.
Él se quedó paralizado unos segundos antes de corresponder al abrazo.
—Tú sí que eres la mejor –susurró con un tono agridulce que no fue capaz de ocultar.
Ella se apretó más contra su cuerpo a modo de agradecimiento.
Iván tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no derretirse allí mismo. Ahora que sabía con certeza que la había perdido, al sentirla tan cerca de él se daba cuenta de hasta qué punto la quería y necesitaba, y ése abrazo no hacía sino golpear con fuerza la muralla de piedra que llevaba toda la tarde tratando de levantar.
Respiró hondo y, con mucho dolor, se separó de ella.
—Debería irme ya a casa –dijo –. No he hecho nada en toda la tarde y tengo muchísimos deberes para mañana.
—¿Ya estáis con deberes?
Él se encogió de hombros.
—Segundo de Bachillerato.
—Buf... Te compadezco.
Él se encogió de hombros con pesar.
—¿Necesitas que te acompañe a casa? –le preguntó a la muchacha.
Clara negó con la cabeza.
—No hace falta, estamos al lado –sonrió –. Pero gracias, eres un amor.
Iván experimentó ganas de llorar otra vez. Cada halago que Clara le hacía era una nueva estaca clavada en su corazón, pues ahora sabía con certeza que ninguno de ellos venía del mismo sentimiento que le profesaba él a ella.
—Cuídate, Clara –le dijo, deseando poner fin a ese encuentro lo antes posible –. Ya me presentarás a David para que le dé el visto bueno.
A ella le brillaron los ojos.
—Claro –aceptó –. Nos vemos pronto, Iván.
Él le revolvió el pelo a la chiquilla, preguntándose al momento por qué acababa de hacer eso, y puso rumbo a su hogar antes de no ser capaz de contenerse más.
Una vez en casa, saludó brevemente a su madre, se encerró en su habitación y se echó cuan largo era sobre su cama. Hundió la cara en la almohada con fuerza y ahogó en ella sus ganas de gritar y de destrozar cosas. Le bullía la sangre de rabia y desesperación, le ardían las entrañas de dolor, y pronto las lágrimas que había luchado por aguantar toda la tarde comenzaron a manar en cascada de sus ojos, como si de un niño pequeño se tratara. Se odiaba a sí mismo, por ser tan débil, por ser tan iluso, por ser tan imbécil. ¿Por qué estaba llorando? Tenía lo que se merecía. Nunca había hecho ningún movimiento, en parte porque sabía la respuesta de antemano, y ahora ella estaba con otro.
Lloró durante a lo que él se le antojó una eternidad, hasta quedarse seco. Tenía la cabeza embotada y no era capaz de pensar con claridad. Ya nada tenía sentido.
Y, de pronto, la respuesta se le presentó demasiado lógica, demasiado evidente.
Siguiendo un impulso, cogió el móvil y abrió la conversación en el grupo de sus amigos.
¿A qué hora hemos quedado el viernes entonces?


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miércoles, 22 de noviembre de 2017

Piel negra

Estoy tan confusa.
Pensaba que tenía todo bajo control. Había viajado por infiernos peores antes de comenzar este último dolor. Éste es el tramo más corto, me dije en su día, sólo un páramo gris antes de salir a la luz del sol. Tenía todo planeado, cada pequeña meta, cada parada… Parecía fácil seguir el programa.
Supongo que llevaba tanto tiempo encerrada que no recordaba la sensación del viento en mi cara. Que llevaba tanto tiempo con las alas atadas que no recordaba lo que sentía al volar. Que llevaba tanto tiempo siguiendo planes y esquemas que no recordaba lo que era dejarse llevar.
Y dejar que todo fluya… Que todo sea presente sin la sombra del futuro instándome a que huya.
Y aunque nunca fue mi intención… ignoré la correa que aún me ataba y volé alrededor de mi farol. Y sí, cuando intento alejarme más allá, la correa tira de mi cuello, pero… joder, es que sienta tan bien desplegar las alas de nuevo…
Mundo, yo te juro que lo intento. Te juro que conozco mi deber, te juro que me esfuerzo. Pero mi cabeza es un torbellino y yo estoy mareada y ciega. Que cuanto más cerca está la cima, más empinada es la cuesta… Y no quiero seguir escalando más, tengo las extremidades entumecidas, necesito descansar… Necesito vivir, necesito volar… Tantas cosas que hace años que dejé atrás…
Ya, mundo, ya sé que es el precio que he de pagar, ya sé que no tengo opciones más allá de avanzar. Yo tampoco me entiendo, a quién quiero engañar. ¿Qué ha pasado con el tiempo? Ha volado más rápido de lo que yo puedo caminar. Y tengo mucho miedo… Ojalá te lo pudiera explicar.
Mundo, te juro que no me estoy rindiendo. Estoy en ello y lo voy a lograr. Es sólo que llevaba una niña muerta dentro y de pronto ha vuelto a respirar. Es que mi mente es más débil que mi cuerpo, es que por una vez no tengo razones, no me sé autodiagnosticar… Que sí, que veo la luz al final del túnel. Que no, que no entiendo por qué no encuentro guía para llegar ya.
Y como ésta otra carta más sin acabar. Más tinta derramada y papel arrugado que nunca te llegará. Pero, bah, qué más da… Para qué tanto esfuerzo si este tren no se va a parar. Para ti, mundo, son sólo excusas de una niña que sólo quiere jugar. Adolescente tardía, rebelde sin causa, sin suficientes horas fuera de casa y demasiados deberes por acabar.
Mundo, no entiendes que no elijo cómo funcionar. Que para mí es igual de decepcionante, pero no sé cómo contraatacar. Que esto es pura necesidad… Y no, no me gusta nada lo que me espera por caer una vez más. Pero no sé qué hacer, soy demasiado pequeña para hacerle frente a este titán.
Mundo, tal vez algún día pueda demostrarte de lo que soy capaz… Tal vez algún día entiendas que éste nunca fue mi lugar, todo mi dolor, mi sufrimiento, mi pena, mi desaliento y todo aquello que siento a lo que ni siquiera sé nombrar. A veces pienso que la culpa es mía por no plantar cara y no luchar. Soy tan débil, mundo… sólo me sé arrastrar. Y a veces querría llorar, pero mi corazón se ha quedado vacío y no me quedan más lágrimas que derramar. Pero, bueno, qué importa… Supongo que ya te darás cuenta el día en que me veas brillar.
Mientras tanto aceptaré la piel negra que debo cargar… las miradas de reprobación, de impotencia, de incomprensión que me toca aguantar, y seguiré avanzando con este paso lento y tembloroso que tanto odio, alargando mi condena sin quererlo, pero sin saberlo evitar. Y tal vez, algún día, con media vida perdida atrás, cuando llegue al lugar en el que siempre he querido estar, verás, mundo, que en el sitio al que pertenezco, mi piel es más blanca que cualquier lienzo, pues ya no se proyectará sobre mí más la sombra que ahora me obliga a vagar en esta oscuridad.