Como el resto de pueblos del gran bosque en que consistía la región de Thaenderia, o al menos eso era lo que se les había contado, Hanan era una minúscula civilización que vivía en las copas de los árboles. Las excéntricas cabañas de madera en donde residían sus habitantes se mimetizaban con las ramas y las hojas y creaban un entramado de cuerdas y pasarelas que las conectaban entre sí, lo que para un extranjero habría hecho que la población pasara casi totalmente desapercibida, a no ser que fuera un gran observador. Pese a que todas las construcciones se alzaban en la frontera entre el cielo y el suelo, mucha de la vida en Hanan se llevaba a cabo en tierra firme. No eran muchos los que residían en aquel pequeño asentamiento al oeste de Thaenderia, pero la gran actividad que desbordaba por todos sus rincones hacía que pareciera que en Hanan hubiera mucha más gente de la que en realidad había. Kai siempre había adorado su pueblo natal, y la perspectiva de abandonarlo, tal vez por un largo tiempo, si no para siempre, le creaba un nudo en la garganta difícil de digerir.
—¡Eh, Weid!
Una muchacha con el cabello castaño oscuro y los ojos pardos se acercó a ellos. Como con cada thaender con el que se cruzaba a lo largo del día, Kai se quedó más tiempo del debido contemplando sus enormes y puntiagudas orejas en forma de hoja.
La chica no le dirigió ni una mísera mirada a él.
—Hola, Prais –saludó Weid con una amplia sonrisa.
Kai notó cómo el rostro de la joven se iluminaba y sus mejillas enrojecían levemente.
—Me ha dicho Onie que hoy empiezan tus pruebas de fin de ciclo –dijo señalando a un grupo de chicas situado a escasos metros de ellos –. ¿Es eso cierto?
Las chicas, que lanzaban miraditas de reojo, voltearon rápidamente la cabeza cuando Weid reparó en ellas, y Kai alcanzó a escuchar algunas risillas nerviosas.
—Sí, Kai y yo comenzamos a examinarnos hoy –contestó él encantadoramente, a la par que pasaba uno de sus enormes brazos por los huesudos hombros de su amigo –. Con un poco de suerte, a finales de semana estaremos empaquetando nuestras cosas para ir a Elbor.
Prais echó un efímero vistazo al chico, forzada, y a continuación volvió a parlotear alegremente con Weid como si no hubiera llegado a reparar en su existencia.
—¿A Elbor? –exclamó entre ilusionada y entristecida –. Seguro que te cogen, Weid, eres el mejor constructor que existe, y eso lo sabe todo Hanan.
—Gracias, Prais. ¿Vosotras qué tal estáis?
Los ojos de la chica brillaron de la emoción.
—¡Estamos preparando las pruebas del primer ciclo! –dijo excitada –. Dentro de un par de semanas ya sabremos a qué casa perteneceremos cada una. ¡Ojalá esté en la Casa Constructora como tú!
—Eso sería genial, Prais, me encantaría trabajar contigo algún día. Si quieres que te eche una mano con las pruebas no dudes en decírmelo.
A Kai le pareció escuchar que la chiquilla dejaba escapar un gritito.
—¡¿De verdad?! ¡Eso sería maravi…! –carraspeó y moduló su tono de voz –. Quiero decir, me encantaría, si no es mucha molestia, claro.
—Dile a tus amigas que también pueden contar con mi ayuda si alguna más quiere entrar en la Casa Constructora.
Una sombra cruzó por el rostro de Prais.
—Oh, no –tartamudeó –, todas quieren ir a la Casa Mágica, como es la de rango más alto… Pero a mí eso no me importa.
Weid le acarició el hombro a la muchacha.
—Me alegro, Prais. Todas las casas son importantes, incluso la Arquera. Si todos fuésemos magos, ¿quién se encargaría de construir nuestras casas y de protegernos ante los peligros? Si no fuera por gente como Kai, Thaenderia estaría perdida.
—Eh… Ya –titubeó Prais –. Bueno, me vuelvo con las chicas. ¡Mucha suerte, Weid!
—Gracias, Prais. Por cierto, ¿has visto a Nera?
Prais se mordió el labio inferior, intentando ocultar sin éxito su decepción ante la pregunta.
—Eh… Me la he cruzado antes. No sé hacia dónde iba.
—Gracias, Prais. Suerte a ti también.
—¡Gracias!
La chiquilla dio media vuelta y se deslizó hacia sus amigas, quienes la aguardaban expectantes de lo que tuviera que contar.
Kai suspiró.
—¿Te has fijado? Ni me ha mirado.
—¿Qué dices, hombre? –replicó Weid mientras se ponían en marcha de nuevo –. Claro que te ha mirado, es solo que la pobre chica es tímida.
—¿Tímida? –espetó Kai, incrédulo –. Pues sí que le ha faltado timidez para venir corriendo en cuanto te ha visto.
—Pero eso es porque conmigo tiene confianza.
Kai lo miró sin dar crédito a lo que oía.
—¿Te estás quedando conmigo?
—¿Qué? ¿No pensarás que ha pasado de ti porque eres mestizo?
La palabra mestizo golpeó a Kai como una maza y le escoció en el alma.
Sonrió como pudo.
—No, idiota –dijo, propinándole un puñetazo cariñoso –. Lo que pienso es que esa chica está coladita por ti, como el cien por cien de la población de Hanan.
Weid soltó una sonora carcajada.
—¡Eso sí que tiene gracia!
—¿Crees que no?
—Creo que te estás confundiendo, Kai. Sólo soy amable.
Kai alzó las cejas.
—¿Insinúas que yo no? –quiso saber, en tono divertido.
Weid le obsequió a su amigo con una palmada en la espalda.
—Insinúo que, si fueras menos cerrado y dejaras de pensar que todo el mundo te mira mal por ser mestizo, igual te llevabas una sorpresa.
Kai trató de disimular el nuevo golpe como buenamente pudo y le devolvió la palmada a Weid.
Kai apreciaba mucho a su amigo de la infancia y sabía de sobra que para él todo aquello era natural y que no había ningún tipo de mala intención oculta tras sus palabras, pero consideraba que Weid vivía en una realidad alternativa.
Porque, al margen de que Prais o cualquier otra chica hubiese quedado prendada del grandullón de su amigo, la única razón por la que la joven había ignorado su existencia en toda la conversación era porque Kai era un mestizo.
Y esa era la triste verdad.
—¡Eh, Weid!
Una muchacha con el cabello castaño oscuro y los ojos pardos se acercó a ellos. Como con cada thaender con el que se cruzaba a lo largo del día, Kai se quedó más tiempo del debido contemplando sus enormes y puntiagudas orejas en forma de hoja.
La chica no le dirigió ni una mísera mirada a él.
—Hola, Prais –saludó Weid con una amplia sonrisa.
Kai notó cómo el rostro de la joven se iluminaba y sus mejillas enrojecían levemente.
—Me ha dicho Onie que hoy empiezan tus pruebas de fin de ciclo –dijo señalando a un grupo de chicas situado a escasos metros de ellos –. ¿Es eso cierto?
Las chicas, que lanzaban miraditas de reojo, voltearon rápidamente la cabeza cuando Weid reparó en ellas, y Kai alcanzó a escuchar algunas risillas nerviosas.
—Sí, Kai y yo comenzamos a examinarnos hoy –contestó él encantadoramente, a la par que pasaba uno de sus enormes brazos por los huesudos hombros de su amigo –. Con un poco de suerte, a finales de semana estaremos empaquetando nuestras cosas para ir a Elbor.
Prais echó un efímero vistazo al chico, forzada, y a continuación volvió a parlotear alegremente con Weid como si no hubiera llegado a reparar en su existencia.
—¿A Elbor? –exclamó entre ilusionada y entristecida –. Seguro que te cogen, Weid, eres el mejor constructor que existe, y eso lo sabe todo Hanan.
—Gracias, Prais. ¿Vosotras qué tal estáis?
Los ojos de la chica brillaron de la emoción.
—¡Estamos preparando las pruebas del primer ciclo! –dijo excitada –. Dentro de un par de semanas ya sabremos a qué casa perteneceremos cada una. ¡Ojalá esté en la Casa Constructora como tú!
—Eso sería genial, Prais, me encantaría trabajar contigo algún día. Si quieres que te eche una mano con las pruebas no dudes en decírmelo.
A Kai le pareció escuchar que la chiquilla dejaba escapar un gritito.
—¡¿De verdad?! ¡Eso sería maravi…! –carraspeó y moduló su tono de voz –. Quiero decir, me encantaría, si no es mucha molestia, claro.
—Dile a tus amigas que también pueden contar con mi ayuda si alguna más quiere entrar en la Casa Constructora.
Una sombra cruzó por el rostro de Prais.
—Oh, no –tartamudeó –, todas quieren ir a la Casa Mágica, como es la de rango más alto… Pero a mí eso no me importa.
Weid le acarició el hombro a la muchacha.
—Me alegro, Prais. Todas las casas son importantes, incluso la Arquera. Si todos fuésemos magos, ¿quién se encargaría de construir nuestras casas y de protegernos ante los peligros? Si no fuera por gente como Kai, Thaenderia estaría perdida.
—Eh… Ya –titubeó Prais –. Bueno, me vuelvo con las chicas. ¡Mucha suerte, Weid!
—Gracias, Prais. Por cierto, ¿has visto a Nera?
Prais se mordió el labio inferior, intentando ocultar sin éxito su decepción ante la pregunta.
—Eh… Me la he cruzado antes. No sé hacia dónde iba.
—Gracias, Prais. Suerte a ti también.
—¡Gracias!
La chiquilla dio media vuelta y se deslizó hacia sus amigas, quienes la aguardaban expectantes de lo que tuviera que contar.
Kai suspiró.
—¿Te has fijado? Ni me ha mirado.
—¿Qué dices, hombre? –replicó Weid mientras se ponían en marcha de nuevo –. Claro que te ha mirado, es solo que la pobre chica es tímida.
—¿Tímida? –espetó Kai, incrédulo –. Pues sí que le ha faltado timidez para venir corriendo en cuanto te ha visto.
—Pero eso es porque conmigo tiene confianza.
Kai lo miró sin dar crédito a lo que oía.
—¿Te estás quedando conmigo?
—¿Qué? ¿No pensarás que ha pasado de ti porque eres mestizo?
La palabra mestizo golpeó a Kai como una maza y le escoció en el alma.
Sonrió como pudo.
—No, idiota –dijo, propinándole un puñetazo cariñoso –. Lo que pienso es que esa chica está coladita por ti, como el cien por cien de la población de Hanan.
Weid soltó una sonora carcajada.
—¡Eso sí que tiene gracia!
—¿Crees que no?
—Creo que te estás confundiendo, Kai. Sólo soy amable.
Kai alzó las cejas.
—¿Insinúas que yo no? –quiso saber, en tono divertido.
Weid le obsequió a su amigo con una palmada en la espalda.
—Insinúo que, si fueras menos cerrado y dejaras de pensar que todo el mundo te mira mal por ser mestizo, igual te llevabas una sorpresa.
Kai trató de disimular el nuevo golpe como buenamente pudo y le devolvió la palmada a Weid.
Kai apreciaba mucho a su amigo de la infancia y sabía de sobra que para él todo aquello era natural y que no había ningún tipo de mala intención oculta tras sus palabras, pero consideraba que Weid vivía en una realidad alternativa.
Porque, al margen de que Prais o cualquier otra chica hubiese quedado prendada del grandullón de su amigo, la única razón por la que la joven había ignorado su existencia en toda la conversación era porque Kai era un mestizo.
Y esa era la triste verdad.
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