domingo, 29 de enero de 2017

Kai (II): Mestizo

Como el resto de pueblos del gran bosque en que consistía la región de Thaenderia, o al menos eso era lo que se les había contado, Hanan era una minúscula civilización que vivía en las copas de los árboles. Las excéntricas cabañas de madera en donde residían sus habitantes se mimetizaban con las ramas y las hojas y creaban un entramado de cuerdas y pasarelas que las conectaban entre sí, lo que para un extranjero habría hecho que la población pasara casi totalmente desapercibida, a no ser que fuera un gran observador. Pese a que todas las construcciones se alzaban en la frontera entre el cielo y el suelo, mucha de la vida en Hanan se llevaba a cabo en tierra firme. No eran muchos los que residían en aquel pequeño asentamiento al oeste de Thaenderia, pero la gran actividad que desbordaba por todos sus rincones hacía que pareciera que en Hanan hubiera mucha más gente de la que en realidad había. Kai siempre había adorado su pueblo natal, y la perspectiva de abandonarlo, tal vez por un largo tiempo, si no para siempre, le creaba un nudo en la garganta difícil de digerir.
—¡Eh, Weid!
Una muchacha con el cabello castaño oscuro y los ojos pardos se acercó a ellos. Como con cada thaender con el que se cruzaba a lo largo del día, Kai se quedó más tiempo del debido contemplando sus enormes y puntiagudas orejas en forma de hoja.
La chica no le dirigió ni una mísera mirada a él.
—Hola, Prais –saludó Weid con una amplia sonrisa.
Kai notó cómo el rostro de la joven se iluminaba y sus mejillas enrojecían levemente.
—Me ha dicho Onie que hoy empiezan tus pruebas de fin de ciclo –dijo señalando a un grupo de chicas situado a escasos metros de ellos –. ¿Es eso cierto?
Las chicas, que lanzaban miraditas de reojo, voltearon rápidamente la cabeza cuando Weid reparó en ellas, y Kai alcanzó a escuchar algunas risillas nerviosas.
—Sí, Kai y yo comenzamos a examinarnos hoy –contestó él encantadoramente, a la par que pasaba uno de sus enormes brazos por los huesudos hombros de su amigo –. Con un poco de suerte, a finales de semana estaremos empaquetando nuestras cosas para ir a Elbor.
Prais echó un efímero vistazo al chico, forzada, y a continuación volvió a parlotear alegremente con Weid como si no hubiera llegado a reparar en su existencia.
—¿A Elbor? –exclamó entre ilusionada y entristecida –. Seguro que te cogen, Weid, eres el mejor constructor que existe, y eso lo sabe todo Hanan.
—Gracias, Prais. ¿Vosotras qué tal estáis?
Los ojos de la chica brillaron de la emoción.
—¡Estamos preparando las pruebas del primer ciclo! –dijo excitada –. Dentro de un par de semanas ya sabremos a qué casa perteneceremos cada una. ¡Ojalá esté en la Casa Constructora como tú!
—Eso sería genial, Prais, me encantaría trabajar contigo algún día. Si quieres que te eche una mano con las pruebas no dudes en decírmelo.
A Kai le pareció escuchar que la chiquilla dejaba escapar un gritito.
—¡¿De verdad?! ¡Eso sería maravi…! –carraspeó y moduló su tono de voz –. Quiero decir, me encantaría, si no es mucha molestia, claro.
—Dile a tus amigas que también pueden contar con mi ayuda si alguna más quiere entrar en la Casa Constructora.
Una sombra cruzó por el rostro de Prais.
—Oh, no –tartamudeó –, todas quieren ir a la Casa Mágica, como es la de rango más alto… Pero a mí eso no me importa.
Weid le acarició el hombro a la muchacha.
—Me alegro, Prais. Todas las casas son importantes, incluso la Arquera. Si todos fuésemos magos, ¿quién se encargaría de construir nuestras casas y de protegernos ante los peligros? Si no fuera por gente como Kai, Thaenderia estaría perdida.
—Eh… Ya –titubeó Prais –. Bueno, me vuelvo con las chicas. ¡Mucha suerte, Weid!
—Gracias, Prais. Por cierto, ¿has visto a Nera?
Prais se mordió el labio inferior, intentando ocultar sin éxito su decepción ante la pregunta.
—Eh… Me la he cruzado antes. No sé hacia dónde iba.
—Gracias, Prais. Suerte a ti también.
—¡Gracias!
La chiquilla dio media vuelta y se deslizó hacia sus amigas, quienes la aguardaban expectantes de lo que tuviera que contar.
Kai suspiró.
—¿Te has fijado? Ni me ha mirado.
—¿Qué dices, hombre? –replicó Weid mientras se ponían en marcha de nuevo –. Claro que te ha mirado, es solo que la pobre chica es tímida.
—¿Tímida? –espetó Kai, incrédulo –. Pues sí que le ha faltado timidez para venir corriendo en cuanto te ha visto.
—Pero eso es porque conmigo tiene confianza.
Kai lo miró sin dar crédito a lo que oía.
—¿Te estás quedando conmigo?
—¿Qué? ¿No pensarás que ha pasado de ti porque eres mestizo?
La palabra mestizo golpeó a Kai como una maza y le escoció en el alma.
Sonrió como pudo.
—No, idiota –dijo, propinándole un puñetazo cariñoso –. Lo que pienso es que esa chica está coladita por ti, como el cien por cien de la población de Hanan.
Weid soltó una sonora carcajada.
—¡Eso sí que tiene gracia!
—¿Crees que no?
—Creo que te estás confundiendo, Kai. Sólo soy amable.
Kai alzó las cejas.
—¿Insinúas que yo no? –quiso saber, en tono divertido.
Weid le obsequió a su amigo con una palmada en la espalda.
—Insinúo que, si fueras menos cerrado y dejaras de pensar que todo el mundo te mira mal por ser mestizo, igual te llevabas una sorpresa.
Kai trató de disimular el nuevo golpe como buenamente pudo y le devolvió la palmada a Weid.
Kai apreciaba mucho a su amigo de la infancia y sabía de sobra que para él todo aquello era natural y que no había ningún tipo de mala intención oculta tras sus palabras, pero consideraba que Weid vivía en una realidad alternativa.
Porque, al margen de que Prais o cualquier otra chica hubiese quedado prendada del grandullón de su amigo, la única razón por la que la joven había ignorado su existencia en toda la conversación era porque Kai era un mestizo.
Y esa era la triste verdad.



viernes, 20 de enero de 2017

Iván (III): 1998

La preciosa sonrisa de Clara recibió a Iván en el marco de la puerta.
—Hola –lo saludó con el rostro deslumbrante de felicidad.
Iván, como cada vez que la veía, sintió su corazón latir a mil por hora.
—Hola –contestó, algo más tímido de lo que le hubiera gustado.
—¿Es Iván? –se oyó una voz en la lejanía.
Clara rodó los ojos antes de gritar:
—¡Sí, mamá!
—¡Ay, voy corriendo a saludar!
La muchacha resopló e hizo entrar a su amigo, cerrando la puerta a su paso.
La madre de Clara no se hizo de rogar. En cuestión de segundos ya estaba en el recibidor de la casa, abrazando fraternalmente al chico.
—¡Madre mía, Iván, qué guapo estás! Has crecido desde la última vez que nos vimos, ¿verdad?
—Mamá, si le viste el fin de semana pasado –replicó Clara con un tono entre molesto y divertido.
—Chica, ¡con razón de más! Estos niños a estas edades no hacen más que crecer y crecer. ¡Hasta los veinte no paran!
—Mamá…
Iván soltó una risilla nerviosa.
—No he crecido, Isa, eres tú, que me ves con buenos ojos.
—¡Anda ya! –rebatió la mujer –. Y encima de guapo, humilde. ¡Si es que cómo no voy a querer a mi niño!
—Mamá… –protestó de nuevo Clara.
Isabel por fin se separó del chico, no sin antes propinarle un sonoro beso en la mejilla.
—Bueno, ¿qué hacéis? –preguntó, dirigiéndose a Iván –. ¿Vais a la habitación de Clara?
—No –intervino ella –, vamos a la salita de estar. Vamos a ver fotos nuestras de pequeños.
—¡Ay, qué buena idea! ¿Puedo verlas con vosotros?
Iván no pudo evitar sentir cómo su ilusión se hacía añicos y se descubrió deseando internamente que eso no llegara a suceder.
Afortunadamente, Clara estaba de acuerdo.
—Ya las veremos tú y yo en otro momento, mami.
—Bueno, está bien –aceptó ella a regañadientes –. ¿Queréis algo de merendar? ¿Un cola cao templadito, Iván? ¡Ay! –se interrumpió a sí misma de pronto –. Rodrigo trajo ayer unas napolitanas que están de muerte. ¿Os pongo unas pocas?
Iván adoraba a la madre de Clara, pero en ocasiones como aquella su excesivo entusiasmo por todo le saturaba un poco.
—No hace falta, gracias –sonrió modestamente –. Vengo merendado de casa. Por cierto, muchas gracias por el libro de biología, me has hecho un favor enorme.
—Ya sabes que si necesitas clases o lo que sea me lo puedes pedir, ¿verdad?
En ese momento, Clara se colgó del brazo de Iván.
—Bueno, mamá, nos vamos ya, que eres una plasta.
—Si cambiáis de idea sobre esas napolitanas me avisáis, ¿de acuerdo?
—Que sí, mamá –respondió la chica con hastío mientras arrastraba a Iván hacia el pasillo.
Clara cerró la puerta de la sala de estar tras de sí y se apoyó en ella, poniendo los ojos en blanco.
—Qué pesada que es mi madre.
—Qué va. Sólo es exageradamente simpática.
—Y tú exageradamente paciente.
«No lo sabes tú bien», pensó Iván, pero se limitó a sonreír.
Clara se acercó a una estantería y eligió un pesado álbum de la colección.
—1998 –leyó mientras se sentaba –. Aquí yo tenía un año y tú debías de tener tres.
Dio unas palmadas sobre el sofá, invitando a su amigo a sentarse a su lado, y procedió a abrir el álbum con emoción.
—¡Ay, mira qué monos éramos!
Iván se asomó al tomo y vio un par de fotos de ellos dos de pequeños, prácticamente idénticas. En ellas, los dos niños estaban sentados sobre la hierba, abrigados hasta las cejas y jugando con el manto de hojas secas que cubría todo en torno a ellos.
Iván no pudo evitar ahogar una risita.
—Pero si ni siquiera se te ve.
La Clara de las fotos era un bulto mullido de colores y abundantes tirabuzones castaños del que solamente se reconocían los dos luceros azules de su pequeño rostro.
—Mi madre ya debía de ser la paranoica que es hoy en día por aquel entonces. Fíjate, ¡si parezco un repollo multicolor!
Iván soltó una carcajada.
—A mí me pareces una bolita adorable.
—Tú sí que eras adorable. ¡Mira qué rubito!
Él suspiró.
—Qué lástima de pubertad.
—Anda, no seas bobo –replicó ella, pasando un brazo por los hombros de él y apretándolo cariñosamente contra ella –. Ni que estuvieras mal ahora.
Iván se volvió hacia ella, sorprendido, pero descubrió con decepción que su amiga estaba demasiado concentrada averiguando el contenido del álbum como para darle importancia a lo que acababa de decir.
—Mira, Iván, del día de Reyes.
Él se giró de nuevo hacia el libro y contempló cómo los dos niños pequeños que habían sido ellos abrían regalos entre un mar de globos, desbordantes de ilusión.
—Es verdad, antes lo celebrábamos juntos –comentó él.
—Sí, ¿te acuerdas? Siempre os veníais a dormir a casa y luego nuestros padres juntaban todos los regalos y se tiraban toda la noche inflando globos y decorando el salón para hacerlo lo más mágico posible.
—Qué buenos tiempos… –suspiró él con algo de amargura.
Iván fue incapaz de impedir que su cabeza hiciera de las suyas, imaginándose que en esos momentos seguían manteniendo esa tradición y despertando junto a Clara en la mañana del día de los Reyes Magos…
—Mira –la voz de Clara interrumpió sus pensamientos.
Iván rehuyó las imágenes de su mente y se concentró en la foto que señalaba Clara.
Casi se le paró el corazón.
La fotografía había sido tomada en un parque, frente a unos columpios, en una mañana con un cielo tan azul que resultaba casi sobrecogedor. El sol bañaba la imagen con fuerza y, en el centro de ella, un Iván de entonces tres años se inclinaba para besar en los labios a la pequeña Clara del pasado mientras jugaban con cubos y palas.
Iván se quedó petrificado durante unos segundos que se le hicieron eternos, sin saber cómo reaccionar. Aquello que tenía frente a sus ojos, inmortalizado en aquel invierno de 1998, era justo lo que llevaba deseando en secreto durante tanto tiempo que había perdido la cuenta, y acababa de descubrir que, de hecho, ya había sucedido.
Miró de reojo varias veces a Clara, esperando algún tipo de movimiento por su parte en un intento de averiguar cómo debía actuar él, pero ella sólo seguía observando la foto, embobada, como si los críos que la protagonizaban nada tuvieran que ver con ellos.
—No me acordaba de esta foto –dijo finalmente, como ensimismada en sus pensamientos.
—Yo no sabía de su existencia –se apresuró a coincidir Iván con torpeza.
Acto seguido se arrepintió. ¿Por qué intentaba justificarse? ¿Acaso trataba de desentenderse de aquello como si sólo por el hecho de dejar claro que no había sido consciente de ello no hubiera pasado? Por supuesto que no era consciente, ¡tenía tres años! Los nervios comenzaron a apoderarse de Iván y éste se sorprendió a sí mismo temiendo absurdamente que ella lo rechazara y sintiéndose a su vez tremendamente estúpido por ello, como si ese beso acabara de tener lugar diez segundos antes y no catorce años atrás.
Pero Clara hizo caso omiso del comentario de Iván y siguió a lo suyo.
—¡Qué monos éramos! Esta foto podría estar en cualquier marco de cualquier tienda, ¿verdad?
En ese momento, Clara se volteó hacia Iván con su radiante sonrisa, buscando una respuesta en él y, sin pretenderlo, quedándose tan cerca del chico que éste se sintió desfallecer.
Él fue a responder a su sonrisa, pero, de pronto, la fotografía vino a su cabeza como un centellazo y se percató con horror de que entre esa escena y la que estaba viviendo en esos instantes únicamente distaban unos centímetros.
El corazón de Iván comenzó a galopar como si se hallara en la recta final de una carrera de caballos, siendo consciente de que, de un segundo para otro, el momento con el que tanto había soñado había pasado de quedar totalmente fuera de su alcance a poder hacerse realidad. Sudores fríos bañaron todo su cuerpo, y miles de pensamientos de todo tipo lo atravesaron como balas, dejándolo totalmente paralizado. Sólo tenía que acercarse un poco y…
Pero no, ella no le iba a corresponder. ¿Cómo iba a hacerlo? Era su amiga de la infancia, ella lo veía como a un hermano mayor. Y no podía hacer eso, no podía arriesgar la relación tan especial que tenían… ¿Qué decía, arriesgar? No era un riesgo, era una realidad. Ella no volvería a mirarlo a la cara, la perdería para siempre, y, ¿qué iban a hacer sus dos familias en adelante? No, era una locura. No pudo evitar imaginarse la reacción de Clara de las maneras más horribles y humillantes posibles, a cada cual peor que la anterior.
Así que, disimulando sus ganas como buenamente pudo, Iván le dedicó a Clara la sonrisa más relajada que fue capaz de expresar y retiró la mirada de ella para fingir que seguía contemplando las fotos durante lo que quedaba de tarde… sin llegar a tener ni idea de hasta qué punto se arrepentiría de esa decisión en adelante.