—¡Eh, Iván, cuidado!
La advertencia llegó demasiado tarde. El balón golpeó con fuerza la cabeza del chico y le provocó un dolor sordo que lo dejó atontado durante unos largos segundos. Por un instante el tiempo se paró, al igual que la actividad cerebral de Iván, cosa que momentos antes le hubiera parecido imposible visto que Clara no parecía muy por la labor de abandonar sus pensamientos.
Enseguida recuperó la consciencia, y fue entonces cuando escuchó el reproche de su amigo Álvaro Manzanares:
—¡Joder, Iván, tronco, estás en la parra!
Manza lo había dicho muy cabreado, pero todos le rieron el juego de palabras que había hecho con el apellido de Iván, Parra. Iván chasqueó la lengua, cansado del chistecito, pero Manza no parecía haberlo dicho en tono de broma.
—Tío, joder, céntrate, vamos a perder por tu culpa –ladró, mientras recuperaba el balón y se lo pasaba a Iván.
Él de pronto se sintió muy imbécil a la vez que cabreado. Buscó la mirada de Sergio, su mejor amigo, y chutó el balón en su dirección mientras volvía a sumergirse en sus pensamientos.
Él no tenía la culpa de no estar atento al partido. Ni siquiera le gustaba el fútbol, sólo había accedido a ser el portero como favor hacia sus amigos porque les faltaba una persona y Sergio había insistido. No había prometido ser el mejor portero del mundo ni asegurarles la victoria, ni esa vez ni ninguna. Y vale que ese día estuviera especialmente despistado, pero, joder, ellos ya sabían a lo que se atenían cuando Iván jugaba.
Después de que a Iván le colaran dos flagrantes goles, el partido acabó en un dos a uno, en detrimento del equipo de Iván. Manza se largó de allí sin más ceremonia, hecho un basilisco, y el resto del equipo se acercó a la portería de Iván.
—Joder, tío, ¿qué te ha pasado? –preguntó Sergio, preocupado –. Hoy estabas especialmente manta.
—Lo siento, tíos –se disculpó él, ligeramente avergonzado de su papel en el partido –. No sé qué me ha pasado, hoy estaba más descentrado que otros días.
Edu Rivas, un chaval bajito y desgarbado que no era el que mejor le caía a Iván precisamente, vio su oportunidad y entró al trapo:
—¿Seguro que no lo sabes? Yo diría que lo tienes bastante claro... –dijo con una sonrisa maliciosa, recalcando la última palabra.
Iván le dirigió una mirada fulminante. Había cazado al vuelo la insinuación de su compañero. Edu le respondió ensanchando aún más la sonrisa.
Rivas siempre hacía lo mismo. Nunca ayudaba, siempre se quedaba al margen buscando su oportunidad para echar leña al fuego y meter el dedo en la llaga cuando era lo último que se necesitaba. Y parecía tener una fijación especial con Iván, por alguna razón que se escapaba a la comprensión del chico.
Por desgracia, no fue Iván el único que pilló el chiste. El resto del grupo intercambió unas risitas y miraditas vacilonas antes de entrar al trapo.
Iván recibió un codazo cariñoso por un costado.
—¿Qué, pillín? –dijo Quique Martín, el remitente del codazo –. ¿Cae o no cae?
Iván negó con la cabeza, apesadumbrado.
—Ni cae ni caerá. Jamás dejará de verme como a un hermano mayor.
—Eso es porque te comportas como un hermano mayor –intervino su amigo Guille Andrade, un chico alto y de bastante buen ver que acostumbraba a alardear de sus conquistas –. Deja de actuar como un pringado y caerá rendida a tus brazos.
—¿A qué te refieres? –quiso saber Iván, algo cohibido por la acusación de su amigo.
Guille se encogió de hombros.
—Simple. Pasa de ella.
Iván sacudió la cabeza, alarmado por la sugerencia.
—Pero, ¿cómo quieres que pase de ella? –«¡si la quiero!», estuvo a punto de decir, pero enseguida se mordió la lengua. No quería provocar que sus amigos volvieran a burlarse de él, aunque no lo hicieran a mala fe.
—Tío, Guille tiene razón –coincidió Quique, que aún seguía amarrado a los hombros de Iván –. Las tías son muy raras, pasas de ellas y de repente se vuelven locas por ti y no te dejan en paz.
Iván le dirigió a Quique una mirada dubitativa. Conocía el historial de Guille y, por lo que contaba, no se le podía llamar un buen tío precisamente.
—No sé, chicos. No creo que las cosas funcionen del todo así.
—Tronco, Iván, hazle caso a Guille, que para eso es el master en estas cosas –intervino otro chico llamado Carlos Soria, al que todos llamaban Charlie –. O si no si tan claro tienes que no le molas olvídate ya de ella, que eres un brasas. La chica tampoco es para tanto.
El comentario de Charlie le dolió un poco, pero hizo un esfuerzo por tragarse su orgullo. Se disponía a zanjar el tema, cuando otro de sus amigos, Jaime Fernández, se adelantó a la hora de hablar.
—Es verdad, tío, ¿por qué te mola tanto? Lo único que tiene son los ojos.
—La verdad es que los ojos de Clara son una pasada –coincidió Quique.
—Pero tiene un boca muy fea, con los dientes torcidos –continuó Jaime –. Y es un tapón.
—Y además está plana –aportó Edu, que nunca faltaba a la hora de meter cizaña.
Todos asintieron efusivamente ante la observación de Edu.
—Pues qué queréis que os diga, yo me la tiraba –dijo Guille.
—¡Tú te tirarías hasta a un oompa loompa! –entró al trapo Peralta, el otro Álvaro del grupo –. Con tal de meter el churro te da igual la taza.
—La diferencia es que yo la meto –replicó Guille sin perder ni un ápice los nervios –. A ti el oompa loompa te rechazaría.
Hubo una exclamación generalizada entremezclada con risas ahogadas, y a partir de ahí el tema se desvió en una especie de batalla acerca de quién tenía más sexo y quién conseguía a las chicas más guapas. Iván desvió la mirada hacia Sergio, aún rumiando las palabras de sus amigos acerca de Clara, y le preguntó directamente.
—¿Tú qué opinas?
—¿Eh? –Sergio, que no había abierto la boca en toda la conversación, salió de pronto de su ensimismamiento –. Hombre, Clara no es ninguna sirena, pero tampoco está tan mal...
—No, idiota –replicó Iván –. Me refiero a lo que ha dicho Charlie, lo de que la olvidase.
—¡Ah, eso! Pues... –Sergio hizo una pausa, meditando bien sus palabras –. Ya sabes lo que opino, Iván... No eres tú quien decide quién te gusta, pero...
No habló más, y no hizo falta. Iván ya sabía lo que Sergio quería decir, y que ya le había dicho en alguna que otra ocasión: Iván llevaba demasiados años detrás de Clara, y hasta la fecha ella no había respondido. ¿Por qué seguía insistiendo? Tenía asumido desde hacía tiempo que ella no le correspondía, pero, ¿por qué no era capaz de desistir y continuar con su vida?
—Tío –dijo Sergio, percatándose de la expresión que había adquirido el rostro de Iván –, yo no quiero decir que nunca vayas a estar con ella… No sé, tal vez necesita más tiempo para darse cuenta. Lo que quiero decir –se apresuró a continuar antes de que Iván pudiese replicar –es que dentro de poco vas a ser mayor de edad y todavía no te has liado con ninguna tía. Y yo no entiendo mucho de estas cosas, pero creo que no estás mal y que tendrías posibilidades con muchas.
—Hombre, gracias.
—Ya sé que me vas a venir con ese rollo de que no lo necesitas y todo eso, pero… En serio, tío, no puedes seguir así. ¿Qué vas a hacer, seguir solo toda la vida?
Iván meditó las palabras de Sergio, pensando por primera vez en ello. Sabía que su amigo estaba en lo cierto, pero se le hacía extraña la idea de una vida en la que no estuviera Clara, aunque no fuese para compartirla juntos.
—No lo sé –respondió finalmente tras un breve silencio –. Supongo que tienes razón.
Sergio le palmeó la espalda a Iván.
—Eh, tío, venga, no te vengas abajo. Lo que necesitas es conocer gente nueva. ¿Qué te parece si salimos este finde a liarla por ahí?
El concepto “liarla por ahí” era completamente contrario a Iván, pero no pudo evitar sonreír ante el intento de su amigo de animarlo.
Iván asintió brevemente con la cabeza. Sergio correspondió a su sonrisa con otra aún más amplia, visiblemente feliz, y lo palmeó aún más fuerte antes de abrazarlo.
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