Esta entrada fue escrita hace unos cuantos años, en una época muy especial de mi vida. Fue mi primer relato corto y le tengo mucho cariño, así que quería compartirlo con vosotros. Espero que os guste.
Había
una vez una niña que alegremente esperaba sentada en la estación. Sus pies iban
dando pataditas al aire y lucía una gigantesca sonrisa de oreja a oreja.
Nerviosa e impaciente, pero feliz, alzó la vista por enésima vez en dirección
al enorme reloj que colgaba del techo. Los números que indicaban los minutos
casi nunca cambiaban, y para ella el tiempo parecía haberse dormido. Pero ella,
como las otras millones de anteriores veces, se peinó el pelo con sus pequeñas
y temblorosas manos y depositó la mirada en las viejas vías que día tras día
recibían la visita de interminables trenes.
Se
había arreglado para la ocasión. Se había puesto su vestido favorito, el más
bonito que tenía en el armario. Se había calzado sus mejores zapatos. Tras
haber pasado horas frente al espejo recogiéndose el pelo de miles de maneras
distintas, había decidido dejárselo suelto, y se había pasado el cepillo a
conciencia, dejándolo prácticamente liso. Hasta le había robado a mamá su lápiz
de ojos y había tratado de hacerse una fina línea, sin éxito. Finalmente se
había lavado la cara y había optado por un poco, casi inapreciable, de brillo
de labios. Había dejado las cosas cuidadosamente, tal y como se las había
encontrado, y había puesto rumbo hacia la estación.
Sentada
en aquel banco, con los piececitos colgando, las manos retorciéndose
ansiosamente sobre sus rodillas y su corto vestido, desbordaba inocencia. En
cualquier momento llegaría el tren, pensaba, y entonces ella se convertiría en
la princesa de cuento de hadas con la que siempre había soñado ser. Su sonrisa
se ensanchó y volvió a mirar hacia el reloj.
De
pronto, oyó un ruido. Una voz anunció la llegada de un tren. La niña se levantó
de un brinco y se abalanzó sobre la vía, mirando a un lado y a otro. Al fin lo
vio. El corazón empezó a latirle a mil por hora, y cada vez a más velocidad
conforme el tren se iba acercando. Ahí estaba, ahí estaba. Dio unos pequeños
pasos hacia atrás para dejar al tren pararse. Ya lo tenía enfrente suyo. Con
las manos cogidas, buscó impacientemente con la mirada en todas y cada una de
las ventanas del tren, pero no lo veía. Las puertas se abrieron y la gente
empezó a salir atropelladamente del tren, empujándose los unos a los otros.
Ella trotó a lo largo del andén, escudriñando todos los rostros de las personas
que en unos momentos lo habían inundado. Pero ninguno era el que buscaba.
Alarmada,
empezó a correr de un lado para otro. No había venido, pensó, y apretó el paso.
Desesperada y sin saber qué hacer, se acercó a un guardia de seguridad que intentaba
poner un poco de orden y preguntó por el tren que ella esperaba. El guardia le
contestó brevemente que era el siguiente en llegar. Aliviada, volvió a
respirar. Le dio las gracias con una deslumbrante sonrisa y volvió a sentarse
en su banco.
El
andén se vació tal y como se había llenado, y en él solo quedó la niña sentada
en el banco. Los segundos apenas pasaban mientras ella esperaba y esperaba… Su
sonrisa se ensanchaba a medida que se iba acercando el momento, momento que
nunca parecía llegar.
Y una
eternidad después, la voz volvió a anunciar la llegada de un nuevo tren.
Su
corazón volvió a latir desbocado, como si quisiera ganar una carrera de
caballos. Ella volvió a ponerse en pie tan rápido que nadie se hubiera dado
cuenta y se acercó temblando al tren que acababa de parar frente a ella.
Las
puertas se abrieron. Hombre y mujeres, niños y niñas salían del tren. Ella, muy
quieta, paseó la vista de un lado para otro, buscando.
Y en
ese instante le vio.
Se
había encaramado a la puerta y observaba el lugar con ojos inseguros; debía de
ser la primera vez que estaba allí. A la niña le dio el corazón un vuelco. Lo
tenía ahí, a unos pocos metros de ella. Era tal y como lo había imaginado:
guapo, alto, apuesto… Al fin había llegado su príncipe azul. Y unos segundos
más tarde, ella sería su princesa y el cuento de hadas habría dado comienzo.
Ella
se acercó a él, medio andando, medio corriendo. Quería demostrar seguridad en
sí misma, pero el ansia de estar junto a él la estaba matando. Entonces, él se
dio cuenta de quién era la niña que llevaba la vida esperándole. A ella aquella
simple mirada, aquel primer encuentro de los ojos de su príncipe con los suyos
le hizo pararse en seco. Apenas podía respirar y el corazón quería salírsele
del pecho. Intentó seguir avanzando, pero no pudo. Se quedó ahí, con los ojos
brillando como estrellas de la emoción, mientras intentaba escaparse de alguna
forma de aquellos ojos en los que sin quererlo estaba buceando, tratando de
volver al mundo real sin éxito. Él parpadeó varias veces, alzó una ceja y
desvió la mirada. Sus pupilas se movieron en todas direcciones menos en la que
se encontraba ella. La duda poblaba su rostro esculpido por ángeles y,
finalmente, volvió a mirarla, tan solo unos segundos que fueron para ella como
milenios, y volvió a meterse en el tren.
En
ese momento, ella salió de su ensimismamiento y sus pies se movieron solos,
desesperados, sin entender lo ocurrido, hacia la puerta que había sido el marco
de tan maravillosa obra de arte. Su mano se alargó en su dirección, como
queriendo atrapar un pájaro que se había escapado, como si pudiera cogerle y
evitar que se fuera.
Pero
las puertas se cerraron y el tren se puso en marcha. Y, tal y como había
venido, se fue.
Y
allí se quedó ella, al borde del andén, que le pareció un abismo de sombras,
sin comprender lo ocurrido, con el corazón que hacía unos segundos latía a una
velocidad endemoniada en uno de sus puños, y en el otro… En el otro nada, tan
solo el aire que había conseguido atrapar en vez del príncipe que tendría que
haber sido suyo. Sintió cómo el peso del mundo se sentaba sobre sus frágiles
hombros e intentó soportarlo, pero no pudo. Se derrumbó y sus ojos se empañaron
en lágrimas.
Una
lágrima resbaló por su mejilla y cayó al suelo de la estación casi vacía, estación
en la que solo se encontraba una niña llorando frente a una vía de tren.
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