miércoles, 28 de junio de 2017

Iván (IV): Una noticia genial

Pasaron un par de días desde lo sucedido en casa de Clara que fueron tediosos a más no poder. Nunca había tenido excesivos problemas con los estudios, pero para Iván ir a clase era un recordatorio constante de lo que se le venía encima ese curso. Era su último año de instituto, y si segundo de Bachillerato ya era un curso complicado de por sí por la amenaza permanente de la selectividad, la presión inherente de a elegir una carrera (la decisión más importante de sus vidas) y sacar la nota necesaria poder llevarla a cabo, además él tenía una carga añadida.
Iván quería estudiar nanotecnología, una carrera que implicaba dos inconvenientes principales: en primer lugar, que necesitaba tener conocimientos tanto de dibujo técnico como de biología a partes iguales para poder comenzar la carrera sin morir en el intento, por lo que le había tocado escoger un itinerario y estudiar por su cuenta la asignatura restante. Era por ello por lo que había tenido que pedirle a la madre de Clara, que era profesora de biología, que le prestase un libro para prepararse esa asignatura.
El otro inconveniente era que la única facultad de nanotecnología de España estaba en Barcelona.
Y eso implicaba separarse de Clara. Cosa para la que no sabía si estaba preparado, y menos teniendo en cuenta lo sucedido la tarde anterior.
Iván le había dado muchas vueltas a lo ocurrido, había rememorado y analizado cada pequeño detalle de ese momento, y aproximadamente cada cinco minutos llegaba a una conclusión distinta. En general se oponía a la idea de que ella lo pudiera corresponder, convencido como siempre de que lo que él sentía no era recíproco en absoluto, pero a veces se acordaba de la mirada de Clara, de cómo por momentos se había desviado hacia la boca de él, de cumplidos que le había hecho como quien no quería la cosa, y no podía evitar dudar…
De pronto, todas las cosas que él había dado siempre por sentado habían cobrado un nuevo sentido para él a partir de ese día. ¿Y si había vivido durante años en una mentira, interpretando que aquella complicidad que experimentaba con ella era causada por la relación de amistad que llevaban manteniendo desde niños y no porque ambos tuvieran sentimientos hacia el otro? Que Iván supiera, Clara nunca había estado con ningún chico. Él nunca le había dado ninguna importancia, pero, ¿y si había una razón para que aquello no hubiera sucedido?
Durante esos días, Iván no había parado de hacerse estas preguntas y, cuanto más lo pensaba, analizaba y recordaba, más esperanzas se generaban inconscientemente en su interior… y, con ellas, una idea que jamás se le habría ocurrido ni imaginar que iba a llegar a plantearse.
La idea de proponerle a Clara quedar juntos.
Fuera de su casa o de la de ella.
Como una cita, vaya.
Iván había sentido un ramalazo de adrenalina cuando la idea llegó a su cabeza por primera vez, y enseguida la había desechado al considerarla más seriamente. Pero con el transcurso del tiempo su imaginación había volado hacia un futuro cercano en el que él y Clara iban a tomar un helado juntos, o paseaban por el parque, tal vez cogidos de la mano…
¿Y si aquello podía ser una realidad?
Iván llevaba un rato tirado en la cama, dándole vuelas a toda aquella situación, y por fin había creído haber tomado una decisión.
Y se atrevía a afirmar que era con diferencia la más terrorífica de toda su vida.
En un acto impulsivo, alargó el brazo rápidamente hacia su escritorio y cogió su móvil.
Hey, escribió rápidamente por WhatsApp.
Por suerte, la respuesta no se hizo de rogar.
Hey, tío, contestó Sergio al otro lado del teléfono.
Iván se lo pensó un segundo antes de volver a escribir.
Voy a decirle de salir a Clara.
Guay, fue la respuesta de su amigo. ¿Vas a ir al final a lo de mañana?
Iván se desinfló como un globo. Sus amigos llevaban un par de días dando por saco ininterrumpidamente por el grupo que tenían en la aplicación haciendo planes sobre salir de fiesta ese viernes para celebrar el comienzo del curso (una excusa igual de estúpida que cualquier otra para emborracharse y ligar con desconocidas).
No creo, contestó, ligeramente ofendido por la escueta respuesta de su amigo ante la magnitud de lo que acababa de decirle.
Iván le había narrado a Sergio lo ocurrido en casa de Clara al día siguiente mientras salían juntos del instituto y el muchacho había estado al corriente de su inmenso dilema, pero sabía que detrás de ese escueto “guay” su amigo realmente se alegraba por él y estaba orgulloso de que hubiese llegado a tomar esa decisión.
Deberías decir algo por el grupo. Todo el mundo cuenta contigo, tío.
Iván resopló, desganado. El grupo de amigos se había tomado la participación de Iván en el plan como todo un hito histórico y no habían parado de mencionarlo una y otra vez a lo largo de esos días, pese a que él se había mantenido firme en ignorarlos a todos ellos. Retirarse públicamente y someterse al agotador juicio de todos ellos durante días era lo que menos le apetecía en esos momentos.
En qué hora accedería a la propuesta de Sergio.
¿Cuál es el plan exactamente?
Una de las cosas que más le gustaba de su amigo era que, a diferencia de lo que habría hecho el resto, no le cuestionaba por no haber leído el grupo de WhatsApp.
Probablemente él mismo tampoco lo había hecho tanto como parecía.
Todavía no se ponen de acuerdo en el sitio, pero Quique tiene la casa sola. Quieren beber allí y entrar cuando abran la sesión para adultos.
Pero si todos somos menores, objetó Iván.
Ya. Habrá que buscar un DNI.
Iván casi podía ver a Sergio encogiéndose de hombros con indiferencia.
Paso, tío. No me gusta salir de fiesta, no me voy a meter en líos encima. Se lo pensó un segundo más antes de proseguir: Además, voy a quedar con Clara. Ya no tiene sentido que salga.
En cierto modo, hasta sentía que de alguna manera le estaba siendo infiel a Clara si salía, aunque no comprendiese bien esos sentimientos y no se atreviera a reconocerlos en voz alta.
Vale, tío, como quieras, respondió Sergio. Dilo por el grupo y ya está.
Gracias, tío.
Su pulso se aceleró, siendo consciente de que la conversación con su amigo había muerto… y eso significaba que la hora de la verdad había llegado.
Bueno, Sergio, tecleó, muy despacio. Voy a escribir a Clara.
Suerte, tío. Ya me contarás.
Gracias. Te digo luego.
Iván cerró la conversación con Sergio, viendo cómo en la pantalla principal se acumulaban las notificaciones en el grupo de los chicos, y buscó a Clara en su lista para abrir una nueva pantalla.
Estaba en línea.
Respiró hondo. Notaba su corazón latiendo con fuerza, haciendo que todo su cuerpo retumbase y temblase como un flan.
No sabía si estaba preparado para aquello. ¿Y si Clara lo rechazaba? Por un momento estuvo a punto de echarse para atrás, pero al final se hizo fuerte y decidió lanzarse sin pensárselo más veces.
Hey, Clara, tecleó rápidamente.
Ya estaba hecho.
¡Hola, Iván!, respondió ella al poco tiempo. ¿Cómo estás?
Iván no pudo evitar alegrarse del entusiasmo con el que había contestado la chica.
Bien, ¿y tú? ¿Qué tal estás?
Muy bien.
Tuvo una horrible sensación de vértigo, pero no podía demorarlo más. El momento había llegado.
Escogiendo bien las palabras, comenzó a escribir: Oye, Clara, he pensado que tal vez te gustaría…
Pero antes de que pudiera terminar la frase, llegó un nuevo mensaje de ella.
Tengo que contarte una cosa, Iván.
El chico se quedó confundido y paralizado, con el dedo levitando sobre la siguiente tecla. ¿Qué sería aquello que quería contarle?
Tuvo un mal presentimiento.
¿Ha ocurrido algo malo?, preguntó con cautela tras borrar el anterior mensaje.
¡Qué va!, respondió ella alegremente. Es una noticia genial.
Iván respiró aliviado y dejó escapar una risita nerviosa.
¡Guay!, escribió. ¿De qué se trata?
He conocido a alguien.


domingo, 18 de junio de 2017

Kai (IV): El comienzo de las pruebas

Los tres amigos se despidieron escuetamente y cada uno se encaminó junto a su maestro correspondiente.
El maestro Hando les dirigió una breve mirada a cada uno de sus cuatro aprendices con ojos vidriosos, contándolos mentalmente, y a continuación hizo un ademán con la cabeza indicando que lo siguieran.
Los guió a través del bosque, hasta una zona donde la vegetación era especialmente densa.
—Bien –dijo una vez se hubieron detenido –. Voy a repasar las fases de la prueba rápidamente por si queda alguna duda, aunque realmente no creo que sea necesario. Como ya sabéis, las pruebas constan de cinco fases: fase del deber, en la que deberéis demostrar que tenéis los conocimientos necesarios sobre el oficio; fase de habilidad, en la que se pondrá a prueba vuestra agilidad y destreza en el manejo del arco; fase de supervivencia, en la que mostraréis que sois capaces de fabricar vuestro propio arma en caso de necesidad; fase de abastecimiento, en la que haréis el sacrificio de un animal enfermo; y, por último, fase de protección, en la que os enfrentaréis entre vosotros para ejercer la parte más importante de nuestra labor. ¿Todo claro?
Los cuatro aprendices asintieron en silencio.
El maestro Hando los correspondió aprobadoramente.
—En ese caso comenzamos con la fase del deber. Os haré preguntas indistintamente a cada uno de vosotros. Ya sabéis que esta fase no computa dentro de la valoración global, pero es el requisito esencial para poder realizar el resto de pruebas, porque sobreentendemos que un arquero que no tiene clara su función no es merecedor de desempeñar dicha labor; por lo tanto, si no la superáis, quedaréis automáticamente descalificados.
Hubo un silencio tenso que fue rápidamente sofocado por Hando.
—Podéis estar tranquilos, ya hemos hecho esta prueba muchas veces y no vais a tener problema. ¿Empezamos?
El grupito volvió a asentir, algo más calmado.
—Esven –dijo, dirigiéndose al aludido –. ¿Cuál es la función principal de un arquero?
—Los arqueros somos los encargados de la protección de Thaenderia, maestro.
—Y, ¿por qué es necesaria la protección de Thaenderia si es la región más pacífica de toda Deilia?
Esven tardó algo más en contestar.
—Los arqueros debemos estar siempre presentes y asegurar la seguridad de todos los thaenderes, maestro.
—¿Alguien quiere completar la respuesta de Esven? –preguntó el maestro al aire.
Un muchacho llamado Vith se adelantó unos pasos.
—Thaenderia es una región pacífica, maestro –declaró –, mas nunca podemos saber cuándo los extranjeros dejarán de serlo con nosotros.
—Y nunca sabemos si los gannuh abandonarán el bosque de Zurea algún día –añadió Esven, al que el comentario de su compañero le había hecho recordar.
El maestro asintió aprobadoramente.
—Kai, ¿puedes enumerarme los trabajos que desempeña la Casa Arquera? –le preguntó, mirándolo fijamente.
Kai carraspeó.
—Los principales son la protección de los thaenderes, como ha dicho Esven, incluyendo acompañar a cualquier thaender que se aleje de su población, así como a las partidas comerciales y viajeras, y el sacrificio de animales en caso de que enfermen y no puedan servir de alimento por el método habitual, maestro. También podemos dedicarnos a la fabricación de armas y a formar a futuros arqueros.
Hando esbozó una pequeña sonrisa.
—Nilhe, háblame un poco más del ritual de sacrificio del que ha hablado Kai.
—Debe realizarse siempre en presencia de un mago, maestro –respondió la chica –. Debe ser todo lo veloz e indoloro posible, y luego se debe acompañar al mago durante el proceso de despiece de la carne y su curación mágica para poder ser ingerida.
—¿Algo más? –inquirió el maestro, aguardando la parte de la respuesta que faltaba.
Nilhe empalideció súbitamente, sin saber a qué se refería exactamente su maestro. Se hizo el silencio durante unos instantes, hasta que Kai, apiadándose de ella, salió al socorro de la chica.
—Hay que agradecer a la diosa Everyth antes y después del sacrificio por la vida que crea y rogar por que no caigan más animales enfermos, además de agradecer al animal en cuestión por el alimento que nos otorga.
La muchacha, lejos de sentirse agradecida por la ayuda de Kai, le dirigió al mestizo una mirada cargada de odio y asco.
Al instante, Kai se arrepintió de su gesto.
El maestro Hando continuó con la prueba.
—Vith, explícame por último en qué consiste el entrenamiento del arquero.
—El arquero debe estar continuamente entrenándose en el manejo del arma, maestro –se apresuró a contestar el aprendiz –. No debemos descuidar nuestro entrenamiento ni un solo día, pues debemos ser protectores diestros en los que cualquier thaender pueda confiar en caso de necesidad.
—Nilhe, ¿quieres continuar tú? –preguntó Hando, dándole una nueva oportunidad a la chica.
A Nilhe le brillaron los ojos con orgullo.
—Debemos entrenar nuestra agilidad en los árboles y nuestra puntería y velocidad con el arco constantemente, maestro, repitiendo cada día los ejercicios que hemos aprendido y entrenado durante el segundo ciclo.
El maestro Hando se cruzó de brazos.
—Bien, pues eso es todo. Como habéis visto, la fase del deber es una mera formalidad. Sé que todos conocéis el deber del arquero a la perfección.
A continuación dio unos golpecitos en el tronco del árbol que tenía a su vera.
—La fase de habilidad –anunció –. Conocéis el recorrido de sobra, así que no me voy a molestar en explicarlo de nuevo. Debéis hacerlo en el menor tiempo posible y superar todas las marcas que, como ya sabéis, están señalizadas por munhe. Tenéis hasta que el sol alcance su punto más alto en el cielo. Si alguien llega al final del recorrido más tarde, habrá fallado esta fase y estará obligado a ganar el combate de la fase de protección. Lo mismo si no veo todas las marcas con sus respectivas flechas. ¿Entendido?
—Sí, maestro –respondieron todos los aprendices al unísono, más animados por haber superado la primera fase.
—¿Y si no ganas el combate pero bordas las fases de supervivencia y abastecimiento? –intervino Esven.
El maestro entrecerró los ojos con agotamiento.
—Por enésima vez, Esven: hay que ganar el combate. Es el requisito.
El muchacho desvió la vista, avergonzado.
—Me preocupa no lograrlo a tiempo –se excusó en un murmullo.
—Lo haréis bien –lo tranquilizó Hando, y señaló de nuevo el tronco –. ¿Preparados?
Los aprendices asintieron enérgicamente, ajustándose el carcaj al torso.
—Adelante.
Nilhe le pegó un empujón a Kai, lo suficientemente discreto para que Hando no se diera cuenta, pero lo suficientemente firme a su vez para que Kai se desestabilizara y fuera el último en trepar el árbol.
Kai masculló una maldición, entre sorprendido y hastiado, y trató de no hacer caso a su magullada autoestima para abalanzarse sobre el árbol y trepar como todos los demás. Luego se apoyó atropelladamente sobre una rama para ver cómo sus compañeros saltaban de rama en rama, desapareciendo entre la espesura.
Eso significaba que todos ellos habían disparado ya la primera flecha.
Se volvió bruscamente y, anclada sobre un tronco a varias zancadas de distancia, vio la primera marca, un disco de madera teñido de rojo, del tamaño de una cabeza humana, sobre el que reposaban clavadas las tres flechas de los otros chicos.
«Mierda», musitó para sí mismo.
Alzó la cabeza en busca del munhe que indicaba la posición de tiro, y enseguida vio la luz de colores brillantes que andaba buscando, parpadeando unas ramas más arriba. Kai pegó un salto, se colgó de una rama que tenía sobre su cabeza y se columpió unas cuantas veces para darse impulso y poder trepar a la misma. Luego saltó a la que tenía enfrente, y aprovechó de nuevo la inercia para rebotar sobre ella y acabar en su objetivo.
La luminosa criatura lo recibió dando una grácil voltereta. Era un pequeño ser amorfo y gelatinoso, del tamaño de una naranja, que flotaba en el aire y estaba formado de hebras traslúcidas con infinidad de diminutas articulaciones, en cuyas terminaciones se generaba una potente luz de diferentes colores primarios que iban pasando por toda la escala cromática al ascender hasta la raíz. Kai se situó junto al animal, disparó a la velocidad del rayo su primera flecha, prácticamente sin mirar, y, antes de que el proyectil acertara en la primera marca, ya se estaba alejando de allí, dejándose caer en el siguiente árbol y rebotando de rama en rama.
Todavía le tocó lanzar una flecha más antes de visualizar a sus compañeros de nuevo, con Nilhe ocupando la retaguardia. La chica de cabellos avellanados luchaba por trepar un tronco algo desproporcionado para su constitución cuando Kai le dio alcance.
—¿Qué ha sido eso? –quiso saber, tratando de ocultar su humillación.
La muchacha ni se dignó a devolverle la mirada.
—No te he pedido ayuda, mestizo –le espetó, resoplando por el esfuerzo.
Kai, quien en aquellos momentos se encontraba planteándose volver a echarle una mano a su compañera al verla forcejear, cambió repentinamente de idea. Herido por las palabras cortantes de Nilhe y sintiéndose terriblemente avergonzado por haber tenido siquiera el atrevimiento de dirigirse a un thaender puro, hizo el esfuerzo de aparentar que aquello no le importaba y se limitó a adelantar a la chica de un salto para dejarla definitivamente atrás.
Nada más alzarse sobre la cabeza de Nilhe vio la luz de colores cambiantes del siguiente munhe y, junto a él, a Esven enfrentándose a la marca correspondiente. A Kai no le costó demasiado adelantarlo a él también tras lograr que su flecha impactara en la marca al mismo tiempo que la de su compañero, y voló hacia la siguiente con toda la rapidez que fue capaz de ostentar, donde pudo ver a Vith alejándose de allí.
Kai clavó su flecha junto a la del chico y corrió como alma perseguida por el diablo para dar alcance a su portador. Se lanzó de cabeza hacia una rama más baja, desde donde se colgó momentáneamente para posarse sobre la siguiente, y a continuación se deslizó por un tronco para llegar a la única parte del circuito en la que había construcciones thaenderes.
A pesar de haber mantenido un buen ritmo y haber sobrepasado a sus otros dos compañeros, con cada paso que daba Vith parecía coger más velocidad. Angustiado, Kai lo vio escabullirse hacia el interior de una vivienda desocupada y lanzar una nueva flecha a través del hueco de la ventana, que impactó certera en la marca más difícil del recorrido, situada sobre una pasarela que se tambaleaba a demasiada altura desde ese punto.
Kai se mordió el labio inferior. A partir de ahí, apenas quedaban un par de marcas más para finalizar esa fase de la prueba, y, si su deseo era al menos contar con la oferta de continuar su aprendizaje en Elbor, no se podía permitir ni un solo fallo.
Y eso implicaba que tenía que dejar atrás a Vith como fuera.
Kai posó sus ojos en la estrechísima tabla de madera que supuestamente tenía que atravesar haciendo equilibrios sobre ella. No tenía tiempo para eso. Dirigió una rápida mirada a su arco y, sin darse tiempo a pensarlo mejor para no echarse atrás, levantó la tabla lo justo para colarla entre el mango y la cuerda y, asiéndose de los extremos lo mejor que pudo, se lanzó al vacío deslizándose como si de una tirolina se tratase.
Se arrepintió al momento, pero ya estaba hecho. Sintió el traqueteo del arco sobre la tabla de madera, temiendo por su vida, pero finalmente llegó sano y salvo a su destino. Se ahorró nuevamente el camino preestablecido a través de las pasarelas y saltó de una a otra hasta que llegó a la casa donde momentos antes había visto a Vith.
Se abalanzó hacia su interior como loco y se precipitó sobre el alféizar de la ventana, donde le esperaba el siguiente munhe y desde donde vio a su compañero trepando a duras penas por un poste justo al otro lado del hueco.
Ya casi le había alcanzado, se dijo a sí mismo. 
Cargó una flecha en su arco y se dispuso a disparar a la siguiente marca, pero contempló con horror cómo la flecha caía constantemente hacia un lado, sin llegar a apoyar en el arco. Aturdido, Kai se fijó mejor en lo que hacía, y se percató agónicamente de que el reposaflechas se había resquebrajado por el rozamiento con la tabla durante su caída anterior.
¿Qué iba a hacer ahora?