Kai y Weid atravesaron la pequeña senda que marcaba el trazado de Hanan, de camino al claro donde los habían citado para realizar las pruebas que darían fin a su formación. Weid, todo sonrisas y encanto, saludaba sin excepción a cada uno de los habitantes con los que se iban cruzando hasta que, para alivio de Kai, llegaron a su destino.
Kai buscó entre los rostros de sus compañeros ansiosamente, esperando vislumbrar uno en particular.
Pero no lo encontró.
Y Weid tampoco.
—Nera aún no ha llegado –comentó el grandullón de su amigo.
Le embargó la preocupación. No era propio de Nera llegar tarde.
—¡Weid!
Una muchacha de cabellos dorados y enormes ojos de color miel se acercó a ellos.
—¡Hola, Marha! –saludó Weid con su cautivadora sonrisa –. ¿Qué tal llevas las pruebas?
—Bueno, no muy bien –confesó ella –. No creo que las supere.
—¿Cómo no las vas a superar, mujer? Si todos vamos súper preparados, ¡seguro que las pasas sin problemas!
Kai se contuvo para no poner los ojos en blanco.
La chica sonrió tímidamente y se encogió de hombros.
—No soy una buena constructora, Weid. A lo mejor debería cambiar de Casa.
Kai se preguntó qué haría él en el caso de que no pasara las pruebas. Marha era thaender pura y, después de que los aprendices del primer ciclo acabaran sus respectivas pruebas, tendría opción de incorporarse de nuevo en el segundo ciclo y entrenarse para una Casa diferente. Pero, ¿a dónde iría un mestizo si no conseguía ingresar en la Casa Arquera, la única a la que podían aspirar?
Todos los nervios que no había sentido hasta ese momento le vinieron de golpe.
Weid no se dio por vencido.
—Pero, ¿qué dices, Marha? ¡Podrías haberme pedido ayuda! Seguro que tienes un gran potencial, sólo hay que saber sacarlo de ahí.
—Gracias, Weid –sonrió ella, rendida.
De pronto, tres hombres hicieron su aparición en el pequeño claro donde habían sido citados, y el silencio tomó forma entre los presentes.
El hombre del centro, un thaender alto y flaco con una larga cabellera de color rubio platino que le caía hasta casi debajo del pecho, dio un paso al frente, destacándose frente a sus dos compañeros. Era mayor, tenía una gran nariz aguileña y ojos calculadores de un verde acuoso que destacaban en un rostro surcado de arrugas, y vestía una túnica verde oliva larga, propia de los miembros de la Casa Mágica, que llevaba atada a la cadera con ramas finas y flexibles entrelazadas.
Aquél era el maestro Eruval, el encargado del entrenamiento de los aprendices del segundo ciclo que aspiraban a formar parte de la Casa Mágica. A su derecha se erigía el maestro Manwe, el instructor de Weid y el resto de aspirantes a la Casa Constructora, un hombre maduro y fornido, de aspecto serio y facciones duras, ataviado con la blusa blanca y el pantalón caqui correspondientes a los habitantes de Hanan. Vestía el corsé de madera propio a los constructores sobre la blusa, y llevaba las perneras arremangadas y los pies descalzos como ellos, además de la media melena semirrecogida en el característico moño de la Casa; por su parte, a la izquierda del maestro Eruval y siempre un poco por detrás del maestro Manwe, se encontraba el maestro Hando, el instructor de Kai y los otros aprendices de la Casa Arquera. El maestro Hando, como todos los demás arqueros, había rasgado las mangas de su blusa y las había utilizado para atar entre sí las dos piezas de madera que llevaba a modo de hombreras. Otra pieza de una madera menos rígida se ceñía alrededor de uno de sus antebrazos, y vestía unas botas de cuero hasta las rodillas y un calzón del mismo material sobre el pantalón caqui. Mantenía su cabello oscuro corto, a excepción de un solo mechón trenzado que le alcanzaba hasta la mitad de la espalda, símbolo de los años que llevaba protegiendo la región, y sus ojos de color verde botella descansaban en un rostro que parecía más anciano de lo que era en realidad.
Kai suspiró cuando su mirada chocó con la de su maestro, desalentado al ver su futuro reflejado en las cansadas facciones de aquel que lo había entrenado durante el último año.
El maestro Eruval juntó las manos frente a su pecho y describió con cada una de ellas un movimiento circular en sentido opuesto a la de su contraria, con las palmas hacia fuera. Cuando volvieron a reunirse, sin llegar a tocarse de nuevo, inclinó la cabeza respetuosamente hacia el suelo.
Una vez hubo finalizado el saludo deiliano, el maestro Manwe y el maestro Hando imitaron a su superior, y a continuación todos los aprendices presentes respondieron con el mismo saludo.
—Bienvenidos, aprendices –saludó el maestro Eruval, incorporándose –. Hoy comienzan vuestras pruebas del segundo ciclo, que darán fin a vuestra etapa de aprendizaje y os permitirán reconoceros como miembros consagrados de las Casas Mágica, Constructora y Arquera, respectivamente. El día de hoy es un día memorable y como tal…
—Siento el retraso, maestro Eruval –intervino una voz dulce y suave a espaldas de Kai.
El chico se volvió rápidamente, reconociendo la voz al instante, y así lo hizo Weid también.
Tras ellos, la figura alta y estilizada de Nera se asomaba frente a unos árboles, esbozando una sonrisa tímida de dientes blancos y alineados. Llevaba los ropajes característicos de Hanan, aunque aquel día, por algún motivo, vestía una blusa mucho más ancha de lo que correspondía a su talla, y, sobre ésta, llevaba atada una capa marrón que le caía hasta los muslos. Sus ojos grandes, de un tono castaño dorado que se asemejaba al color de la miel, relucían con agitación, haciendo que las vetas verde esmeralda que cruzaban sus irises y se reunían en un halo exterior destacaran más que nunca. La sangre se agolpaba bajo sus mejillas altas y rosadas, que resaltaban sobre sus pómulos marcados, presa de la vergüenza, y Kai no pudo evitar contener el aliento al comprobar lo bella que estaba. Su cabello le caía en una mata de mechones de color castaño oscuro y rubio claro a partes iguales que describían suaves ondas hasta sus hombros y enmarcaban su rostro de rasgos ligeramente afilados que finalizaba en una barbilla puntiaguda.
Y, perpendiculares a su rostro, sobresalían sus enormes y picudas orejas thaenderes.
Nera realizó el saludo deiliano con una corrección y una elegancia que convirtieron el gesto común en algo hermoso de ver.
—Nera –respondió el maestro Eruval disimulando consternación, cosa que le era imposible sentir puesto que no era ningún secreto que Nera era su aprendiz predilecta –. Llegar tarde a unas pruebas tan importantes es motivo de sanción.
—Lo siento, maestro –se disculpó ella.
El maestro frunció los labios y le sostuvo la mirada, tratando de mantenerse en su papel.
—Ocupa tu lugar entre los aprendices –sentenció finalmente.
A nadie le pilló por sorpresa que la chica saliera impune de la situación.
Nera asintió, con una sonrisa de agradecimiento pintada en el rostro, y se escabulló entre los presentes hasta situarse junto a Kai y a Weid.
—Hola, chicos –susurró, henchida de felicidad.
—Hola, Nera –respondieron ellos al unísono de la misma forma.
El maestro Eruval carraspeó y respiró hondo antes de retomar su discurso.
—Como iba diciendo, el día de hoy es un día memorable y como tal…
—¿Qué te ha ocurrido, Nera? –quiso saber Weid en susurros, presa de la preocupación, lo que despistó la atención de Kai de las palabras del maestro.
—Me he entretenido –explicó ella escuetamente, sin apartar los ojos del frente –. ¿No estáis emocionados? ¡Hoy nos convertiremos en servidores!
Weid no pudo evitar retener una de sus anchas sonrisas.
—Hoy es un día memorable –acordó, repitiendo las palabras del maestro Eruval.
Kai decidió no pronunciarse, no muy seguro al respecto, y volvió a escuchar al gran maestro.
—Todos los días debemos devoción y gratitud a Everyth, nuestra bienamada diosa –decía en esos momentos –. Sin embargo, en un día tan especial, en el que consagramos nuevos servidores a su tierra, habremos de hacerlo especialmente. Aprendices, agradezcamos a Everyth los bienes que nos ha otorgado.
Como activados por un resorte, cada aprendiz encontró un lugar dentro del claro desde el que llevas a cabo su ritual. Kai escogió un rincón semiescondido, a la sombra de un árbol, sobre el que se aseguró que los demás tendrían un ángulo visual mínimo.
Sin necesidad de coordinación previa, los aprendices iniciaron el saludo elaborado con el que los deilianos se dirigían a los dioses, a la par que de las gargantas de todos ellos surgía un cántico con el que rezaban:
—Te saludo, Everyth.
Cada aprendiz, así como los tres maestros, ofrecían sin dejar de cantar algo en agradecimiento hacia su diosa. Kai observó cómo Weid, situado junto a un gran árbol, entonaba con voz grave alabanzas describiendo la grandeza de Everyth mientras que con su magia lograba hacer crecer el comienzo de una robusta rama. A su lado, Marha, arrodillada en la hierba, ejercía su magia para que unas brillantes flores azules brotasen mientras cantaba acerca de la bondad de la diosa. Otros aprendices seguían el ejemplo de Marha o de Weid, contribuyendo en el desarrollo de plantas o creando pequeños brotes en la hierba, llenando de vida la tierra que Everyth había construido y contribuyendo de esta forma en su creación.
Kai, como siempre le ocurría con aquellos rituales, se mantenía canturreando, deliberando aún sobre qué hacer e inseguro respecto a sus habilidades mágicas, cuando su mirada se desvió inconscientemente hacia Nera.
La chica no se había movido de su posición y entonaba con voz lírica y melodiosa sus oraciones, con los ojos cerrados. Sin embargo, algo no ocurría con normalidad: Kai se fijó en que su capa se movía, empujada por algo que permanecía escondido bajo ella. Entonces, Nera se llevó lentamente las manos a la espalda y, con mucho cuidado, sacó de ella un bulto de aproximadamente un palmo y medio de tamaño.
Kai agudizó la vista y vio a la criatura que su amiga sostenía en su regazo.
Era una bola de un pelaje fino y blanco como la nieve, que se asemejaba a un racimo de dientes de león, y del que asomaban unos relucientes ojos negros tan redondos que no parecían naturales.
Nera depositó al tembloroso animalito sobre la hierba y se agachó junto a él. De entre el matojo de pelos blancos extrajo una patita con delicadeza, pero aún así la criatura aulló de dolor con un silbido agudo. Tenía la pequeña pata torcida en un feo quiebro y Kai dedujo al instante en qué iba a consistir el ritual de agradecimiento de su amiga y por qué se había retrasado.
Aquello sí era propio de Nera.
La chica cubrió la pata del animal con sus manos, y Kai sintió fluir su magia a través de ellas. Poco después, las retiró, y la pata volvía a estar recta y en su sitio.
Los ojos negros de la criatura relucieron aliviados. El animal se restregó con cariño contra la pierna de Nera y correteó unos pasos antes de pegar un salto y desaparecer flotando entre los árboles.
Nera sonrió, sin interrumpir su canto, y una lágrima de felicidad se deslizó por su mejilla.
Kai se descubrió a sí mismo conteniendo la respiración. Siguió observándola, como si el tiempo se hubiera detenido, hasta que sintió la mirada pétrea del maestro Eruval sobre él.
El maestro cantaba en voz baja sus oraciones, pero eso no impidió que Kai se sintiera cohibido y reprendido. Apresuradamente, se dirigió hacia el árbol bajo el que se había cobijado y optó por acelerar el crecimiento de las hojas de una de sus ramas hasta que alcanzaron el doble de tamaño.
Como controlados por un ser superior, los aprendices retornaron a sus puestos iniciales a la par que sus oraciones se unificaban en un solo cántico final:
—Everyth, he aquí la vida que has creado.
Finalizaron con la despedida deiliana elaborada, un gesto con el que cruzaban ambas manos bajo su rostro, y se arrodillaron para besar la tierra. Luego, permanecieron en esa postura hasta que el maestro Eruval dio la indicación correspondiente.
—Aprendices –dijo una vez se hubieron puesto en pie de nuevo, mirando a cada uno de ellos a los ojos -. Habéis realizado vuestras ofrendas. Si Everyth así lo desea, al concluir esta semana seréis los nuevos magos, constructores y arqueros de Hanan. Será, en consecuencia, un gran día para vosotros, pero debo recordaros que es en Everyth en quien deberéis focalizar vuestra dicha, pues es a ella a quien servimos todos los thaenderes como la gran comunidad que somos y a quien serviréis con vuestro oficio.
El maestro Eruval hizo una pausa, estudiando los rostros de sus aprendices, durante la que lo único que se escuchaba era la brisa matinal escurriéndose entre las hojas de los árboles.
Finalmente, el maestro Eruval alzó los brazos.
—Que den comienzo las pruebas del segundo ciclo –declaró.