«No lo he conseguido», fue mi primer pensamiento. Me maldije por ser tan bocazas. Era cierto que por lo poco que había leído del guión, la película tenía de buena lo que yo de bromista, pero debía haber sido más humilde teniendo en cuenta que aquella era la primera puerta que debía cruzar en el camino que yo misma me había trazado.
Una vez fuera de los estudios, decidí no pensar en ello y darme un día de tregua. Al fin y al cabo llevaba una temporada muy dura, el viaje desde Twinbrook había sido muy largo y, lo que llevaba de día hasta el momento, una jornada muy intensa, entre la estafa de la inmobiliaria y la espera y los nervios del casting. Me apetecía sentarme en algún bar y tomar algo, aunque con lo que me quedaba de ahorros poco más podía hacer que pedir un vaso de agua. Sin embargo, eso no me frenó, y caminé un poco hasta que llegué al primer sitio con pinta de pub que encontré.
El lugar se llamaba Port-A-Party y, fuera de lo que cabría esperar de un lugar con ese nombre, tenía una pinta decente. De hecho, mucho más decente de lo que buscaba.
Era una especie de club para fiestas, con apariencia de discoteca pequeña. Los colores azulados, oscuros y violetas inundaban el lugar, que contaba con una moderna barra de bar, una mesa de mezclas que presidía una de las esquinas sobre un podio y un pequeño escenario, por lo que deduje que además podría ser un lugar para conciertos. También había una zona de sofás para poder sentarse, y unas escaleras estratégicamente colocadas conducían a un piso superior del que nada podía saber desde mi posición.
Debía de tener pinta de despistada, porque un hombre se acercó a hablarme.
Era de raza negra, vestía completamente de negro y era alto y fornido. Tenía el pelo rapado al cero, nariz ancha y labios grandes, y los ojos ocultos tras unas gafas de sol, cosa que vi algo estúpida teniendo en cuenta que estábamos en un sitio cerrado cuya iluminación no era su mayor fuerte. Imaginé que sería una especie de guardaespaldas.
—Hola, preciosa, ¿te puedo ayudar en algo?
Mal empezábamos.
—Me llamo Victoria, no “preciosa” –respondí en tono hiriente.
Él, lejos de sentirse cohibido por mi respuesta, se echó a reír.
—¡Vaya, con una chica con carácter hemos topado! Tienes un bonito nombre de todas maneras, así que creo que sobreviviré llamándote por él –me guiñó un ojo –. No se puede decir lo mismo del mío, pero puedes llamarme Champ.
¿Qué clase de nombre era Champ? ¿Y por qué no desistía en su empeño por adularme? Tomé la decisión de largarme de allí.
—Eh... Mira, Champ, será mejor que me vaya. Creo que me he equivocado. O mejor dicho –rectifiqué –creo que tú te has equivocado.
Él volvió a reírse, esta vez más fuerte. Comenzaba a darme miedo.
—Hay que ver lo rápido que se asustan las niñas de hoy en día. No te preocupes, no voy a intentar nada contigo. ¿Te quedas más tranquila?
Champ me sonrió ampliamente, pero lo cierto era que no sabía si confiar en él o no.
—Dime, ¿buscas a alguien?
Alcé las cejas, sorprendida por la pregunta.
—¿Qué? No, ¿a quién voy a buscar? Si no conozco a nadie –se me escapó, y ya me resigné a dar explicaciones –. Me acabo de mudar.
—¡Ah! ¿Estabas de visita cultural por Bridgeport y te ha llamado la atención mi humilde local? Lo comprendo, tiene un encanto particular –dijo con un suspiro, sin dejar de mostrar su desfile de blanquísimos dientes, que contrastaban con el color oscuro de su piel.
Aquel lugar tenía más bien poco de humilde, pensé echando un vistazo a mi alrededor, perpleja.
—Es broma –me susurró al ver mi expresión –. No estés tan seria, que se te va a caer la cara de lo poco que la usas.
No pude evitar sonrojarme. Nunca se me había dado demasiado bien captar las bromas, y la gran mayoría de las veces ni siquiera me hacían gracia.
—En realidad solo buscaba un lugar donde tomar algo –dije, cambiando de tema.
Él se encogió de hombros, apenado.
—En ese caso creo que te has equivocado de sitio. Esto es una nave para fiestas, así que me temo que no es exactamente el lugar que tenías en mente. Pero por ser tú podría ofrecerte una copa, si quieres, claro.
Rechacé la oferta inmediatamente.
—No, gracias, no tengo ganas de tomar alcohol –«por no tener no tengo ni la edad legal para beber», pensé para mis adentros, «ni dinero para pagarlo... ni ganas de que tú me invites» –. Creo que buscaré otra cosa.
Champ asintió.
—Hay un bar relativamente cerca de aquí. El camino no es directo, pero no es difícil de encontrar. Si quieres puedo indicarte yo mismo.
Consideré la propuesta, pero finalmente decidí que en realidad tampoco me merecía la pena desvivirme por un mísero vaso de agua.
—Gracias, pero creo que he cambiado de idea.
El hombre dejó de sonreír por primera vez.
—¿Te he hecho sentir mal? –preguntó –. Lo siento, no era mi intención.
Parecía sincero en sus palabras, así que reconsideré si no lo habría juzgado antes de tiempo.
—No, no –respondí –. Perdona, es que ha sido un día largo.
Él me sonrió nuevamente, y esta vez su sonrisa estuvo cargada de comprensión.
—No te preocupes, todos tenemos un mal día de vez en cuando –metió su mano en un bolsillo y de él sacó una tarjeta blanca que me tendió –. Toma. Ahora tengo algunos asuntos que atender, pero si en algún momento necesitas que te echen una mano con algo puedes llamarme. Esta ciudad es muy grande y cuesta adaptarse a ella.
Vacilé, pero finalmente acepté la tarjeta que me ofrecía.
Él sonrió.
—Bien, Victoria, pues hasta otra. Espero verte pronto, no todos los días se tiene el placer de conocer a una chica como tú.
Su voz quedó flotando en el aire mientras yo acababa de leer la tarjeta que me acababa de alargar:
Champ Ward
Propietario de "Port-A-Party"