—Victoria, ¿no? –dijo una de las mujeres que se hallaba tras la mesa, estudiando mi cuestionario.
Asentí enérgicamente.
—Premio a la mejor actriz en el instituto durante varios años consecutivos, has participado en varias obras con compañías de teatro, has hecho giras por todo el país... –me miró directamente a través de sus impolutos cristales –. ¿Quién diablos es Tom Allen?
La mujer que me observaba rozaría la cuarentena y era tan delgada y estilizada que costaba creer que sus huesos no se quebraran sobre sí mismos. Tenía la tez pálida, el pelo castaño claro corto como si fuera un chico, pero con un flequillo de peluquería, y los ojos algo rasgados del mismo color. En su rostro destacaban unos pómulos marcados y se atisbaban indicios de posibles retoques quirúrgicos (no podía ser que esa nariz y esos labios tan perfectos fuesen suyos, además de no tener ni rastro de arrugas). No se podía apreciar bien estando sentada, pero parecía bastante alta.
Y también una estirada de campeonato.
—Es uno de los más grandes en Twinbrook –contesté.
Por supuesto de Tom Allen lo único que había verídico era el nombre, que lo había tomado prestado de un compañero del instituto con el que nunca tuve demasiada relación.
—Ah, Twinbrook –replicó, y en su voz se apreció claramente una nota de desprecio.
«Seguro que ni siquiera sabías que existía», pensé, aunque me moría por decirlo en voz alta.
La mujer continuó leyendo mi retahíla de logros completamente ficticios, aparentemente sin prestar demasiada atención. Me hubiera jugado un brazo a que sus ojos saltaban de un párrafo a otro casi aleatoriamente, hasta que decidió que ya había tenido suficiente y apartó el montón de papeles a un lado sin poner mucho cuidado.
—Bien, veamos qué sabes hacer.
Respiré hondo, repasando a toda velocidad las líneas que me habían hecho aprender minutos antes.
«Vamos, Victoria, mientes como si te pagaran por ello, esto no puede ser muy distinto», me infundí ánimos a mí misma.
Me tuvieron durante un buen rato recitando frases de una película y de otra (la mayoría de ellas nada tenían que ver con el género del filme por el que me estaba presentando), gritando y gimoteando como una histérica y corriendo de un lado para otro para comprobar mi resistencia física. También me pidieron que les mostrase diferentes expresiones faciales y más tonterías de las que no entendí demasiado bien el motivo, hasta que mi nueva y estirada amiga declaró que era suficiente.
La mujer invirtió los siguientes segundos en estudiarme de arriba a abajo, hasta que finalmente habló.
—¿Cómo decías que te llamabas?
—Victoria –respondí, algo molesta –. Victoria Legacy.
—Y dime, Victoria Legacy, ¿por qué crees que deberíamos contratarte?
Ni sé de dónde salió lo que a continuación salió de mis labios, pero no titubeé ni un instante cuando dije:
—Porque me necesitáis.
La mujer y sus dos compañeras alzaron las cejas, visiblemente sorprendidas ante mi respuesta. Yo también estaba algo sorprendida, a decir verdad.
—Y, si puede saberse, ¿por qué te necesitamos, Victoria Legacy? –quiso saber ella –. ¿Qué te hace pensar que has actuado mejor que los otros cientos de personas que han pasado por aquí antes?
—¿Actuar? No, hombre, no, no me refiero a eso. Yo qué sé si he actuado mejor o peor que nadie. Me refiero a esto –dije, dirigiéndome de nuevo a la mesa donde poco antes había dejado mis frases y sosteniéndolas en alto –. El guión es una basura. El diálogo es insípido, las escenas intrascendentes, y, ¿se puede saber de dónde habéis sacado estas frases? No he leído nada más estúpido en mi vida. Creía que Plumbob no se permitía este tipo de bodrios.
Las mujeres que se hallaban al lado de mi principal interlocutora se giraron hacia ella, visiblemente afectadas, como pidiendo hablar, pero ella levantó una mano y me observó a través de los cristales de sus gafas con los ojos entrecerrados.
—¿Acaso sabes con quién estás hablando?
Me encogí de hombros, aparentando que poco me importaba, aunque por dentro temía haberme pasado de la raya.
—Soy Tiara Angelista, una de las productoras más aclamadas de Plumbob.
Madre de Dios, pensé, comenzando a notar cómo sudores fríos circulaban por mi espalda. Conocía de sobra la trayectoria de Tiara Angelista, y no podía creer que acabase de soltarle lo que precisamente acababa de soltar a uno de mis ídolos en la industria del cine. Si no la había reconocido anteriormente había sido porque jamás había visto una fotografía suya, además de que al estar a la sombra no era una cara demasiado conocida de puertas para afuera.
Pensé en la posibilidad de disculparme, pero dadas las circunstancias ya era tarde para echarme para atrás. Le sostuve la mirada y, sin dejar que me temblara la voz, respondí:
—En ese caso no debería molestarle lo que he dicho. Usted es productora, no guionista. No dudo de que sabrá hacer un gran trabajo con esta bazofia, pero eso no logra que argumentalmente deje de ser lo que es.
Durante lo que a mí me pareció un lapso de tiempo eterno, Tiara no dijo nada. Se limitó a mirarme con una expresión indescifrable mientras yo mantenía como podía la compostura, con la cabeza bien alta y preparada para cualquier cosa que pudiera decirme. Finalmente, ella volvió su mirada a los papeles que tenía en la mesa y, sin demostrar un ápice de molestia, como si nada de aquello hubiera ocurrido, dijo:
—Es suficiente. Lauren, acompáñala a la salida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario