miércoles, 24 de diciembre de 2014

Lluvia

La lluvia ronroneaba tras el cristal.
Suspiró amargamente, como suspira el viento con su quejido lastimero entre las hojas secas de los árboles. Sentado sobre su cama, con la cabeza apoyada sobre sus manos y el peso del mundo sobre sus hombros, oía el repiquetear de las lágrimas del cielo en su ventana. La inerte luz de aquel día gris se colaba a jirones en su cuarto en una débil llamada de auxilio, pero él no podía mirar más allá del punto en el suelo en el que había fijado la vista y no la oyó.
Sentía su cabeza a punto de estallar. Miles de pensamientos se cruzaban a toda velocidad por su mente, y cada uno lo sentía como un nuevo aguijonazo. Por fuera estaba entero, pero por dentro era un amasijo de heridas abiertas que no cesaban de sangrar. Le escocían los ojos y la garganta, y una profunda jaqueca se abría paso poco a poco por sus sienes.
Jamás se había sentido tan abatido y desesperado como en esos instantes. Ni siquiera se había imaginado que fuera posible. En caída libre hacia el fondo del abismo, veía cómo ella se quedaba en la superficie, se daba la vuelta y se marchaba. Lo vio una y otra vez, y cada vez que lo veía la imagen se iba deformando más y más. La angustia y la impotencia iban creciendo, la sensación de encontrarse cada vez más perdido y atrapado entre las sombras aumentaba exponencialmente. Cerró los ojos y apretó los dientes, rezando por que aquello no fuera más que una horrible pesadilla.
Y entonces la vio, agazapada en un rincón, tímida, silenciosa.
La observó largo rato, como si fuera la primera vez, redescubriéndola. La tomó entre sus manos con delicadeza, la sentó sobre sus rodillas y acarició suavemente sus curvas. Entonces, temeroso a la vez que excitado, como el hombre que desnuda a su primera mujer, apoyó las yemas de los dedos sobre sus cuerdas y le arrancó una nota.
El sonido inundó la habitación como un hechizo. Cerró los ojos y se empapó de aquel primer rasgueo, dejó que corriera por sus venas y lo renovara por dentro cual fumador que aspiraba su primera calada tras años de abstinencia. Un sentimiento renació en su interior, resurgió de sus cenizas como el ave fénix y se extendió como una onda expansiva, llenándolo de una calma que hacía demasiado tiempo que no sentía. Abrió de nuevo los ojos, miró a su compañera con un amor cálido y desbordante y comenzó a tocarla.
Al principio, sus dedos se movían dubitativos entre sus trastes. Estaba nervioso, siendo sincero. Tenía verdaderas ganas de hacer aquello, pero hacía tanto tiempo desde la última vez que temía no saber como antes. Pero ella no se quejó. Se entregó a él como lo había hecho siempre, y su música sonó clara y nítida, como todas las anteriores veces. Aquello le hizo coger confianza, sonrió y esta vez rasgueó las cuerdas con aplomo y dejó que la melodía ejerciera su magia.
Cada nota nueva era una pincelada que construía una dimensión alejada de la realidad, lo iba sumergiendo paulatinamente en otro mundo, su mundo. Poco a poco, fue abriéndose a su amiga y amada, tratando de liberar de alguna manera el yugo que lo aprisionaba por dentro y del que se sentía incapaz de deshacerse. Y ella lo escuchaba, comprendía exactamente qué era lo que él quería decir y lo expresaba en su hermoso idioma.
Él jamás había sentido tal complicidad con alguien como lo hacía con ella. Se preguntó cómo había podido olvidarla, cómo había dejado de contar con ella durante tanto tiempo, y se abandonó por completo a ella. Dejó que ella hablara de todo aquello que no se podía decir mediante simples palabras. Dejó que afloraran en él sentimientos y emociones que jamás reconocería haber experimentado. Dejó que ella sacara de él todo lo que llevaba dentro y que no le dejaba respirar. Dejó que ella le pusiera nombre a su tristeza y desolación.
De pronto, una nota se quebró. Sus manos resbalaron, y ella calló, sin cuestionar el por qué. Simplemente no pudo continuar. Se dejó caer al lado de su compañera, la abrazó con sus temblorosas manos y, por primera vez en demasiado tiempo, una lágrima se escurrió de entre sus pestañas.
Él nunca antes había llorado por una mujer, y la pérdida de esa virginidad le dolió como un puñal que atravesara sus entrañas y removiera sus vísceras. Jamás se hubiera imaginado que él iba a sentirse así por nadie, y menos que realmente resultara tan doloroso. Se sentía de nuevo como un niño, pequeño y vulnerable, y se entregó a su única compañía como si de una madre se tratase. Y ella recogió sus lágrimas de la única manera que sabía, en silencio, empapándose de ellas.
Lloró como ni en su infancia había llorado. La intimidad que le ofrecía su única verdadera amiga era el único lugar en el mundo en el que se sentía libre para hacerlo. Ella no lo juzgaba. Ella simplemente escuchaba a sus ojos llover, y eso era lo único que él necesitaba. Su torrente de emociones se desató con la fuerza de un volcán, lo hizo convulsionarse de dolor. Lloró hasta quedarse sin lágrimas, y aún cuando éstas cesaron de caer, siguió llorando sin ellas, hasta que sus resecas mejillas comenzaron a escocer. Y no fue hasta ese momento, cuando se sentía tan débil como si un tsunami lo hubiera arrastrado durante cientos de kilómetros antes de escupirlo de nuevo a tierra, cuando realmente empezó a sentirse en paz.
Poco a poco, tal y como había tomado forma, el mundo que habían creado los dos juntos se fue difuminando en el ambiente.
Y la lluvia volvió a ronronear tras el cristal.